meridiana (nuestro blog principal)
sábado, 16 de octubre de 2010
sábado, 9 de octubre de 2010
Leonor García Hernando - Poemas

Hablábamos de poetas franceses
y aquí un muchacho era arrojado al río atado con el mantel
de la casa.
*****
en la mesa familiar mi padre no tenía silla.
Él comía parado, erguido sobre el mármol como un monumento fúnebre;
pero su voz era alegre y ronca
y le gustaba relatar los condimentos usados al preparar el almuerzo
porque mi padre era quien cocinaba en casa
Tiempo atrás él degollaba gallinas en la pileta del lavadero
y tapaba los chillidos del animal con el ruido del agua
Con mi madre compartían ese espacio.
Allí donde mi madre golpeaba la ropa
él golpeaba la cabeza de un pájaro feo y sin otra gracia que su entrega a una muerte cruenta.
y así fue cierto
que mi garganta respira por el tajo.
******
los tullidos de la ciudad se deslizan por esta vereda. Cuando mi boca se tuerce en mueca compasiva, ellos
se alejan sonriendo
sobre sus débiles piernas incompletas.
******
No deberíamos ser más astutos que la vida. Advertir la trampa
suma a la caída, la humillación
ahora la botella impregna la mesa con su sombra angosta.
Tardaré en alzar el plato. La comida fue escasa y las sobras en el mantel me tranquilizan.
Los días se saturan de estos detalles. Es la sumisión del cautivo
imágenes de vicios:
el cigarrillo que se consume a un costado de la boca
o la mínima felicidad que inspiran las tazas acomodadas en el estante.
Recoge el telón sobre tus hombros, el cabellos en trenzas sobre tu nuca. Que los
pequeños lunares sean el estrellado cielo de la Osa Menor sobre la tierra helada
que el consuelo sea un relato de encaje tirado sobre tu corazón
tan esquivo es el aire que pide la boca
los ciclistas atraviesan la calle como un perfume de almendras quemadas
oscurecen el fondo de un pocillo
y es zozobra el pañuelo que agita el viento en la garganta.
Lo cómico es siempre una torción de tragedia, un cambio en su velocidad.
Uno de los ciclistas cayó en el asfalto y a la mancha de aceite se la ve brillar desde la altura
rezagos el tobillo parece sangrar
y otra mancha humedece la mancha de aceite que brilla.
Es perdido el cielo tras las nubes oscuras
y sin elegancia, incómodo, el ciclista vuelve a escapar en la calle vacía.
He perdido mi piloto en otro invierno
el agua se inquieta y la figura de piedra se inclina a beber en la plaza oscura.
Imágenes descoloridas agitan la ventana, como en la pantalla de un cine de provincias
aquella vez, en el trópico, con mi tía bajo un paraguas,
viendo “El bebé de Rosemarie” en el aguacero que repetía sus golpes de pequeño martillo de joyero en una
función al aire libre
provincias perros de ojos azules y las baldosas rojas de los patios
un paisaje de crímenes consumados.
********
y ella dijo: no te daré mi muerte
como no te daré el pañuelo que anuda pequeños objetos rotos.
Seré otra historia de raras fauces un escalón de piedra alquitranada
pero no distraeré tu fastidiada mano con mi espalda,
ni me quitaré las medias para que conozcas el tamaño de mi pie.
Seré imprevista aún en tu melancolía
cuando retires tus dedos de los guantes y un deseo de frío,
de algo lastimado que rozar, los agite.
esta materia de la deformidad no quiere gestos
ligustro amargo para demorar mis sienes
y precarias tazas de arcilla donde beba mi alcohol blanco
y los días lluviosos de junio alzados en una terraza viva
pero no devuelvas mi cuerpo
envuelto por vendas que se deslizan como culebras pálidas
porque no te daré mi muerte
ni el pedido de agua de los lastimados
ni el estupor de los traicionados entre hierros curvos, en una estación de tren.
Dame el brindis en esa copa de hierro que asegura tu boca dame el desvío de paredes en la
celda.
Estoy atada al mástil del despecho en el pavimento ardido
bandera negra en plaza de armas blancas.
Leonor García Hernando.
sábado, 21 de agosto de 2010
Los funerales de Patroclo

Los reyes aqueos llevaron a Aquiles a la tienda de Agamemnón para que se lavara las manchas de sangre y polvo antes de celebrar el banquete, a lo cual se negó diciendo: “No es justo que el baño moje mi cabeza hasta que ponga a Patroclo en la pira, le erija un túmulo y me corte la cabellera; porque un pesar tan grande no volverá jamás a sentirlo mi corazón mientras me cuente entre los vivos. Ahora celebraremos el triste banquete y cuando se descubra la Aurora, manda, oh rey de hombres Agamemnón, que traigan leña y la coloquen como conviene a un muerto que baja a la región sombría, para que pronto el fuego infatigable consuma y haga desaparecer de nuestra vista el cadáver de Patroclo y los guerreros vuelvan a sus ocupaciones.” Así dijo y ellos le escucharon y obedecieron. Dispuesta con prontitud la cena, comieron todos y nadie careció de su respectiva porción. Ya satisfecho el apetito se fueron a dormir a sus tiendas.
Entonces vino a encontrarlo el alma de Patroclo, semejante en un todo a éste cuando vivía, tanto por su estatura y hermosos ojos como por las vestiduras que llevaba; y poniéndose sobre la cabeza de Aquiles, le dijo estas palabras: “¿Duermes, Aquiles, y me tienes olvidado? Te cuidabas de mí mientras vivía, y ahora que he muerto me abandonas. Entiérrame cuanto antes para que pueda pasar las puertas del Hades; pues las almas, que son imágenes de los difuntos, me rechazan y no me permiten que atraviese el río y me junte con ellas, y de este modo voy errante por los alrededores de ambas puertas del Hades. Dame la mano, te lo pido llorando, pues mi alma ya no volverá del Hades cuando hayáis entregado mi cadáver al fuego. Ni ya, gozando de la vida, conversaremos separadamente de los amigos, pues me devoró la odiosa muerte que el hado, cuando nací, me deparara. Y tu destino es también, oh Aquiles, semejante a los dioses, morir al pie de los muros de los nobles troyanos. Otra cosa te diré y te encargaré, por si quieres complacerme. No dejes mandado, oh Aquiles, que pongan tus huesos separados de los míos, ya que juntos nos hemos criado en tu palacio desde que Menecio me llevó de Opunte a vuestra casa. Peleo me acogió en su morada, me crió con regalo y me nombró tu escudero; así también una misma urna, el ánfora de oro que te dio tu madre, guarde nuestros huesos.”
Aquiles respondió a Patroclo: “¿Por qué, cabeza querida, vienes a encargarme estas cosas? Te obedeceré y lo cumpliré todo como lo mandas. Pero acércate y abracémonos, aunque sea por breves instantes, para saciarnos de triste llanto.” Diciendo esto Aquiles le tendió los brazos, pero no consiguió asirlos: el alma de Patroclo se disipó y penetró en la tierra dando chillidos. Aquiles se levantó atónito, dio una palmada y exclamó con voz lúgubre: “¡Oh dioses! Cierto es que en la morada de Hades quedan el alma y la imagen de los que mueren, pero la fuerza vital desaparece por entero. Toda la noche ha estado cerca de mí el alma del mísero Patroclo, derramando lágrimas y despidiendo suspiros, para encargarme lo que debo hacer; y era muy semejante a él cuando vivía.” Así dijo y a todos los excitó el deseo de llorar. Todavía se hallaban alrededor del cadáver, sollozando lastimeramente, cuando despuntó la Aurora de rosáceos dedos. Entonces el rey Agamemnón mandó que de todas las tiendas saliesen hombres con mulos para ir por leña.
Después que hubieron descargado la inmensa cantidad de leña, se sentaron todos juntos y aguardaron. Aquiles mandó enseguida a los belicosos mirmidones que tomaran las armas y uncieran los caballos y ellos se levantaron, vistieron la armadura y los caudillos y sus aurigas montaron en los carros. Iban éstos al frente, seguíanlos la nube de la copiosa infantería, y en medio los amigos llevaban a Patroclo, cubierto de cabello que en su honor se habían cortado. El divino Aquiles sosteníale la cabeza y estaba triste porque despedía para el Hades al eximio compañero. Cuando llegaron al lugar que Aquiles les señaló, dejaron el cadáver en el suelo y enseguida amontonaron abundante leña. Entonces el divino Aquiles, el de los pies ligeros, tuvo otra idea: separándose de la pira, se cortó la rubia cabellera que conservaba espléndida y la puso en manos del compañero querido y a todos les excitó el deseo de llorar.
Los que cuidaban del funeral amontonaron leña, levantaron una pira de cien pies por lado, y con el corazón afligido pusieron en lo alto de ella el cuerpo de Patroclo. Delante de la pira mataron y desollaron muchas pingües ovejas y flexípedos bueyes de curvas astas, y el magnánimo Aquiles tomó la grasa de aquéllas y de éstos. Cubrió con la misma el cadáver de pies a cabeza y hacinó alrededor los cuerpos desollados. Llevó también a la pira dos ánforas, llenas respectivamente de miel y de aceite, y las abocó al lecho; y exhalando profundos suspiros, arrojó a la hoguera cuatro corceles de erguido cuello. Nueve perros tenía el rey que se alimentaban de su mesa, y degollando a dos los echó igualmente a la pira. Les siguieron doce hijos valientes de troyanos ilustres, a quienes mató con el bronce, pues el héroe meditaba en su corazón acciones crueles. Y entregando la pira a la violencia indomable del fuego para que la devorara, gimió y nombró al compañero amado. Durante toda la noche el veloz Aquiles invocó el alma de Patroclo, y como solloza un padre al quemar los huesos del hijo recién casado, cuya muerte ha sumido en el dolor a sus progenitores, de igual modo sollozaba Aquiles al quemar los huesos del amigo, y arrastrándose en torno de la hoguera gemía sin cesar. Y antes que dieran comienzo los juegos en honor de Patroclo, Aquiles pidió a quienes lo acompañaban que pusieran los restos en una urna de oro, cubiertos por doble capa de grasa, donde se pudieran guardar hasta que él también descendiera al Hades y sus propios restos le acompañaran en un túmulo anchuroso y alto.
viernes, 20 de agosto de 2010
Kavafis Constantin

Después de la muerte de su padre, acaecida el 10 de agosto de 1870, se trasladó a Inglaterra, donde permaneció en Liverpool y Londres desde 1872 a 1878. Inició sus estudios y aprendió con total perfección la lengua inglesa. Después, regresó a Alejandría y completó sus estudios.
En 1882, debido a los disturbios políticos que acabaron con la ocupación de Egipto por los ingleses, abandonó de nuevo su ciudad natal. La familia se trasladó a Constantinopla y permaneció allí hasta el mes de octubre de 1885. Después, regresó a Alejandría y el poeta sólo abandonó la ciudad con motivo de unos viajes que realizó a París en 1897, a Londres en 1901 y a Atenas en 1903.
Sus primeras publicaciones comenzaron en 1886. Los poemas de esta primera época, románticos en su concepción, siguen la línea de D. Paparrigópulos, con evidentes influencias de Hugo y Musset. En 1891 publicó en una hoja suelta un poema titulado “Constructores” y en 1896 escribió “Murallas”, un poema ya completamente cavafiano, donde ofrece la trágica realidad de la vida, el aislamiento del mundo y la soledad existencial.
Cavafis renegó de muchas obras que no llegó a publicar. El corpus de los poemas “reconocidos” suman un total de ciento cincuenta y cuatro, todos ellos breves. Sus poemas circularon en pequeñas hojas sueltas y en privado. En 1904, en un pequeño fascículo, publicó catorce poemas y en 1910 los volvió a publicar añadiendo siete más. Desde 1912 publicó hojas sueltas con las que compuso colecciones, ordenándolas cronológicamente o temáticamente.
Fuente: www.biografiasyvidas.com
jueves, 10 de junio de 2010
acto verbal

camille
tu cuerpo frío me dispara
nena te vas?
madre te vas?
qué hacer ahora
propia y ajena
enhebrando
músculo y nervio
nudo de manos
curva y pezón
sola te tiemblo
mediodía
el silencio ha caído
vertical
en cada dedo
en cada uña
vena por vena
te lloro amorosamente
un escultor se despide
de su obra
****
fugit amor
corrida del eje
enmudecida
prenda de intercambio
huyendo
sin la cara de mi madre
he amado
****
día a día
día a día
voy perdiendo tu ceja
delicado párpado
mi labio inferior
el verdadero temblor
de tu mentira ponía
mi vida en pie
suave silencio
excava
mi vocal oscurecida
por la fina arena
del tiempo
****
desposada
la desposada y su epopeya de corset:
no supo leer el rostro de los hombres
a la cabeza de su desvestir
anillos de boda
joyas sobre la cama
el amor es un código turbio
con él o sin él ella no se salva
la noche ajena vigilias
ademanes sombríos
vértigo de mujer
otra de otro
sola de sí
con él o sin él ella
desposada
vela y no descorre
su mil doblez
Liliana Piñeiro
viernes, 14 de mayo de 2010
Entrevista "Viel Temperley: Estado de Comunión"
Viel Temperley nació en Buenos Aires en 1933. Con su primer libro, a los 23 años, obtuvo la Faja de Honor de la SADE. Entre ese libro y el último volaron 30 años. Sus lectores, pocos, hablan de Viel como uno de los mejores actuales. Ahora –el presente vale- llega de una sesión de rayos y está en la cama, una frazada prolijamente doblada a la altura del pecho.
-Ojóó- hace, sonriendo, y en el piso suena el teléfono.
Por todas partes hay pequeños cuadros pintados por él o por Luisa, su mujer. Hay una biblioteca fina y alta rodeada de fotografías y un Cristo azul acosado por un bosquecillo de plantas sin flores. Viel no es un poeta de cuchicheo mallarmeano. No dice “un texto por fin real que será la explicación órfica de la tierra”, ni “un Cosmos organizado bajo el signo de la belleza”. Él dice: “lo mío tenía que ser todo un mundo”. (Tiempo atrás, hojeando la novela de un sabio, rozado yo por el eco de su éxito, se me ocurrió que la percepción de la belleza tiene que ver más con las sensaciones que con el juicio –lábil ocurrencia, pero me gusta esa antigüedad. ¿No hay un dios que desaparece automáticamente si se lo toca demasiado?). Y si habla de sus libros –en este caso “Legión Extranjera” (1978), “Crawl” (1982) y “Hospital Británico” (1986)-, hace justamente lo contrario de las gentes que, diría Arreola, caen unas en brazos de otras sin detallar la aventura.
-Desenchufá-pide-. No quiero que me interrumpan.
Le digo que parece que hubiera entrado en escena de golpe, en este último año, cuando tiene nueve libros editados.
-Creo que eso es culpa mía. No hice ningún movimiento para acercarme. No estuve en ningún grupo. Siempre rehuí las presentaciones. Y hasta “Carta de Marear”, que apareció en 1978, había publicado cinco libros...pero yo tenía la intención de romper mi poesía; la notaba demasiado rígida, como atada a un molde, un principio, un medio, un fin: sabía qué iba a decir. Después pasé a decir, a ver, empezó a interesarme la poesía que me permitía no solamente esconderme sino evadirme y hacer un mundo, tener un mundo.
-¿Evadirte de qué?.
De lo excesivamente claro. Yo me destrozo en cada imagen para esconderme, pero dejo (por ejemplo en “Legión Extranjera”) citas y personajes que hacen de distintos poemas un solo poema. Así que después de esto, cuando tuve oportunidad de mandar todo al diablo, me encierro con un título, “Crawl”, y la intención de dar un testimonio de mi fe en Cristo, al que nunca había nombrado: decía “Dios”; un dios panteísta, no el hijo, el hombre. Y el hecho es que me encuentro con mi poesía al no saber cómo hacerla. Termino explicando cómo se nada, cómo poner una mano al nadar...Pero descubro que para escribir “Crawl” tengo que aprender a rezar, y empiezo a tener una relación distinta con la oración y con el aliento. Y al fin de todo consigo mencionarlo como “éste” o “ése”, con minúscula, porque en aquel momento de mi vida espiritual hubiera sido una mentira poner reiteradamente “Jesucristo”. A lo largo del libro lo nombro una sola vez. Yo no era dueño de ese nombre.
-Más que la búsqueda de El Nombre parece la búsqueda de un nombre. ¿O pensás que sos un poeta religioso?
-¿Un poeta religioso? No. De ninguna manera. Seré un místico, un poeta surrealista, cualquier cosa, pero no religioso. Hablo de marineros y de nadadores. Jesucristo aparece a través de un rufían, de un vago, de un bañero. Pongo “Besarme el rostro en Jesucristo” queriendo decir que Cristo me había llevado a besarme a mí mismo en él. En él, pero a mí mismo, eso es lo que me interesa. No me dirijo a él dejando de lado mi amor por esa chica al lado de la lámpara: lo busco ahí. Me bastó con haberlo puesto una vez. Di testimonio. Macanudo. Ya después me copo con la tapa, con el marinero de la caja de cigarros John Player...Yo creía que existía. Me lo había presentado un tío en una pieza empapelada con flores. Y recuerdo que lo quise. Pero ahí dejé de verlo y no volví a encontrarlo hasta mucho tiempo después en un atado de cigarrillos. Había soñado con él, y lo tomé como la cara de Cristo. Dios es idéntico a un marinero, tal vez un marinero judío, por la mandíbula tan fuerte, cuadrada. En lugar de un salvavidas, entonces, le pedí a un amigo que dibujara una corona de espinas. Finalmente, se me ocurrió acompañarlo con la diagramación. Si mirás “Crawl” arriba es como un cuerpo que va nadando. Yo desplegaba el poema en el suelo y me paraba en una silla para ver dónde había algo que se saliera del dibujo. Me pasaba horas arriba de la silla fumando y mirando, y corrigiendo para que tuviera esa forma. Incluso trato de que las estrofas no tengan puntos hasta la tercera parte, porque quería que fuera un respirar, quería que cada brazada fuera una respiración. Solamente al final, cuando habla con otros hombres, hay puntos y cortes. Pero donde es pura natación, son estrofas.
-¿Y en cuanto al leit motiv “Vengo de comulgar y estoy en éxtasis”?
-Eso sucedió un día en que estaba terriblemente angustiado y me metí en el Santísimo, la iglesia que está acá atrás del Kavanagh. Sin embargo no soporté estar ahí adentro. Salí, me senté en el pasto, en la plaza, y tuve de pronto una sensación de éxtasis extraordinaria...Y me dije que ese era el motivo para empezar cada parte. Y en la primera sigue “aunque comulgué como un ahogado”. Eso, como un ahogado...Otra vez, yo venía caminando por el puerto, y entre una fila de plátanos sentí un ataque de Dios, el golpe de Dios, y me puse a llorar. Hay un plátano en “Crawl”. También recuerdo que cuando yo era muy chico vivía en Vicente López, y todas las mañanas mamá me llevaba al río, cargado en la espalda. Yo todavía no sabía caminar. Y un día me caí al agua. Recuerdo que estaba sentado debajo del agua en paz, sin extrañar absolutamente la vida, la respiración, el mundo. Lo único que sentía era el éxtasis de ver una pared color tierra cruzada por el sol: era un manto anaranjado que yo tenía ante los ojos. Y era feliz.
-En El Nadador escribís “...agua tan azul que el hombre / entraba en ella y respiraba”.
-Respira el cielo. Por eso en “Crawl” me quedo tranquilo hasta que un día nublado estoy en una playa y al cerrar los ojos sale el sol y veo dos figuras blanquísimas, y me dije que iba a escribir acerca de esos dos tipos haciendo guardia en la arena. Ese libro sería “Hospital Británico”. Yo estuve en el Británico. Caí enfermo cuando vi a mamá que quería morirse, y murió cuatro días después de que a mí me trepanaran. Habíamos pasado tres meses los dos tirados en la cama. Bueno, me operan del mate y a los dos o tres días salgo al jardín. Iba del brazo de mi mujer. Nos sentamos delante de un pabellón, al que llamo Pabellón Rosetto. Volaban unas mariposas y había unos eucaliptus muy hermosos, nada más que esto, y fui rodeado y traspasado por una sensación de amor tan intensa que me arruinó la vida en el mundo.
-¿Cómo?
Sí, la sensación de estar rodeado por cielo, y de que ese cielo me tocara como carne, y que podía ser la carne de Cristo y que al mismo tiempo lo tenía a Cristo adentro...Yo era amado con una intensidad que estaba en el límite de lo soportable. Eso duró una semana. Cuando volví a casa me tiré en el living y abrí la ventana para que el viento moviera la enredadera y estuve hasta el amanecer tratando de recuperar ese estado de comunión, pero no apareció nada.
-Bueno, apareció Hospital Británico.
-El libro de un trepanado. El que escribió ese poema no existe más. Yo, en aquel entonces (no sabía que iban a darme rayos) salí volando con la cabeza abierta: iba a escribir. Se me ocurrió la solución de las esquirlas, lo ordené, escribí lo que habla de la muerte de mamá....y el resto en el estado de un tipo que se había salido de la realidad porque tenía un huevo en la cabeza. Después, sí, después tienen que darme rayos. ¿Quién carajo armó todo eso?. No tengo idea. Llega gente, vienen a visitarme, caen cartas, pero lo que yo tengo que ver con el efecto de ese libro es muy poco. No soy el autor de eso como de “Crawl”. “Hospital Británico” es algo que estaba en el aire. Yo no hice más que encontrarlo. “Hospital Británico” me permite creer que me salí del mundo y no sé para qué. El cielo estaba en la enfermera que pasaba....
Entrevista realizada por Sergio Bizzio.
Vanesa Aldunate
jueves, 11 de febrero de 2010
La mirada imposible
Tiresias era un adivino que aparecía en todos los episodios mitológicos relacionados con Tebas, desde la época de Cadmo hasta la expedición de los Epígonos: fue él quien aconsejó que se entregara el trono de la ciudad al vencedor de la adivinanza de la Esfinge y, más tarde, sus revelaciones conducirán a Edipo a descubrir el misterio que rodeaba su nacimiento y sus involuntarios crímenes. Tiresias también aparece en La Odisea (Canto XI): Ulises irá a consultarle al Hades para averiguar cómo encontrar el camino a Ítaca.
Tiresias era ciego desde joven. Hay varias versiones del mito que explican su ceguera.
El baño de Atenea
Según la versión de Perecidas de Atenas que se encontraba en la Biblioteca de Apolodoro, Tiresias, adolescente, sorprendió a Atenea bañándose desnuda en la fuente Hipocrene en el Monte Helicón. La diosa, de una castidad absoluta, consideró esta indiscreción de Tiresias como un atentado contra su pudor y «Atenea le puso entonces las manos sobre los ojos y lo dejó ciego» (Apolodoro III, 6, 7).
Como la ninfa Cariclo, madre de Tiresias, formaba parte del cortejo divino, le suplicó a Atenea que le devolviera la vista a su hijo. La diosa, puesto que no tenía el poder para deshacer el acto, le concedió otro don: «Ella le purificó las orejas, y esto le permitía comprender perfectamente el lenguaje de los pájaros; después ella le dio un bastón de cornejo, gracias al que caminaba como las gentes que veían» (Apolodoro III, 6, 7). Atenea le concedió igualmente una vida más larga que la del común de los mortales y el poder de guardar sus dones en los Infiernos.
Esta misma versión está igualmente presente en la obra de Calímaco (Himno V, Para el baño de Palas, 120-130) y en la de Nono de Panópolis (Las Dionisiacas, V, 337).
Metamorfosis de Ovidio
Mientras Tiresias paseaba por el bosque en el Monte Cilene en el Peloponeso, encuentra a dos serpientes que estaban apareándose y las separa con un golpe de su bastón. Hera, disgustada, de inmediato lo transforma en mujer. Tiresias permanece con esta apariencia durante siete años y se convierte en sacerdotisa de Hera. Se casa y tiene una hija, Manto, que también heredará el don de la profecía. (Según otras versiones Tiresias mujer fue una prostituta de gran renombre). El octavo año, Tiresias-mujer vuelve a ver de nuevo a las mismas serpientes aparearse. Según unas versiones las dejó tranquilas, según otras (Higinio), las volvió a pisotear. Como premio a su comportamiento, Hera le levantó el castigo y le devolvió su masculinidad. Ovidio dice: :«Si cuando se os castigo, le dice, vuestro poder es tan grande para cambiar la naturaleza de vuestro enemigo, voy a cambiaros una segunda vez». (Las Metamorfosis, III, 316-338).
En un episodio separado, sigue la narración. En una discusión en el Olimpo, Zeus pretendía que en el acto sexual la mujer sentía más placer que el hombre y su esposa Hera pretendía lo contrario. Los dioses decidieron pedir el consejo de Tiresias, que tenia la experiencia de ambos sexos. Tiresias se pone de parte de Zeus, y declara: "De diez partes un hombre solamente goza de una". Y Hera inmediatamente lo volvió ciego por su impiedad. «... ofendida que no es conveniente para un sujeto ser tan ligero, y condena los ojos de su juzgado a las tinieblas eternas» (Las Metamofosis, III, 316-338). Zeus no podía ir en contra de la decisión de Hera, pero, para compensar su ceguera, le ofrece el don de la adivinación y una larga vida de siete generaciones humanas.
En la Biblioteca Mitológica (Pseudo-Apolodoro), según Hesiodo, se incluía un relato parecido.
El significado esencial de la figura de Tiresias reside en su papel de mediador: gracias a sus dotes proféticas, media entre los dioses y los hombres; por su condición andrógina, lo hace entre hombres y mujeres; y por la excepcional duración de su vida, entre los vivos y los muertos.
Texto tomado de la pagina de Ana Vazquez Hoys- Antigüedad/Tiresias
miércoles, 10 de febrero de 2010
Orígenes de Atenea
Atenea
(continuación de entrada en Meridiana)
Se comprenderá entonces el carácter de diosa guerrera con que aparece en la Ilíada, infundiéndoles valor temerario a los héroes, mezclándose en los combates de los mortales, venciendo a Afrodita en la batalla mantenida por los dioses. Pero se diferencia de Ares en que inspiraba una valentía calma y reflexiva en vez del ciego furor y la destrucción que caracteriza al dios de la guerra.
El mundo antiguo se rigió por un solo sexo, el del varón, del cual participaban, para decirlo en términos platónicos, todas las otras genitalidades deficientemente. Una mujer es para el mundo helénico, un varón inacabado o mal hecho.
No hablamos sobre la castidad de Artémis y Atenea y su decisión de escapar a los hombres y la maternidad, como excusa para un feminismo esencialista que pretendiera la exclusión de los hombres, sino para abordar ese trama de resistencia que se da en todo poder y circula generando tensiones, intersticios. Pienso en otros ejemplos como Filaenis, Ifis, Bassa y tantas otras "mujeres pensadas y fantasmizadas por los hombres y no mujeres reales, quienes de todas maneras, no tenían nada que decir".
Lilián Cámera
Bibliografía:
Nicole Loraux " Las experiencias de Tiresias. Lo femenino y el hombre griego."
María Cecilia Colombani “El poder de Tierra en Teogonía. Poder y resistencia: el modelo de la batalla perpetua.
F.Frontisi-Ducroux, Jean Pierre Vernant " En el ojo del espejo"
martes, 26 de enero de 2010
Cazadora de la noche

porque no tuve el suficiente vello
ni cosí el tajo con mentiras
porque ahogué mis axilas
en aguas de durazneros
porque me partí como una sandía
en la siesta de hoja a mármol
única avispa en el túnel
porque sublevé carozos
los retorcí bajo manos familiares
y abortaron un dolor de araña sin mosca
porque la boca era suave
y estrecha la cáscara que contenía
el llanto engendrado antes de mí
porque miraba por balcones
con su misma luz de crepúsculo
oscilando entre hiena y leona
porque orinaba sobre arena
la cabeza gacha ante el anhelo
sedienta de mí
tibia de mí
porque no hubo presilla ni cierre
ni cinturón
ni vaivén de mi carne en pantalones
ni nueces secretas
que me invadieran de tontos presagios
porque se escurrió la sangre
en mil cañerías
en mil inodoros
en sábanas en colchones
como una marca ajena
como la marca de Diana y su jabalí hereje.
Lilián Cámera
"trama"
del libro Moebius (2008)
imagen: Artemisa y Acteón