sábado, 21 de agosto de 2010

Los funerales de Patroclo


Antes que el anciano Príamo rescatara el cadáver de Héctor, Aquiles invitó a sus guerreros mirmidones a que lo siguieran y éstos así lo hicieron en compacto grupo y gemían con frecuencia.Ya habían lavado y colocado en su lecho el cadáver de Patroclo, y sollozando dieron tres vueltas alrededor del cadáver con los caballos de hermoso pelo; Tetis que se hallaba entre los guerreros les excitaba el deseo de llorar. Regadas de lágrimas quedaron las arenas, regadas de lágrimas se veían las armaduras de los hombres. Y Aquiles comenzó entre ellos el funeral lamento colocando sus manos sobre el pecho de su amigo y diciendo: “Alégrate, ¡oh Patroclo, aunque estés en el Hades! Ya voy a cumplirte cuanto te prometiera: he traído arrastrado el cadáver de Héctor que entregaré a los perros para que lo despedacen cruelmente y degollaré ante tu pira a doce hijos de troyanos ilustres, por la cólera que me causó tu muerte.” Tendió Aquiles el cadáver de Héctor boca abajo en el polvo, junto al lecho de Patroclo y los guerreros se quitaron la luciente armadura de bronce y se sentaron en gran número frente a la nave de Aquiles, que les dio un banquete funeral espléndido. Muchos bueyes blancos, ovejas y balantes cabras palpitaban al ser degolladas; gran abundancia de grasos puercos, de albos dientes, se asaban extendidos sobre la llama de Hefesto y en torno al cadáver la sangre corría en abundancia por todas partes.

Los reyes aqueos llevaron a Aquiles a la tienda de Agamemnón para que se lavara las manchas de sangre y polvo antes de celebrar el banquete, a lo cual se negó diciendo: “No es justo que el baño moje mi cabeza hasta que ponga a Patroclo en la pira, le erija un túmulo y me corte la cabellera; porque un pesar tan grande no volverá jamás a sentirlo mi corazón mientras me cuente entre los vivos. Ahora celebraremos el triste banquete y cuando se descubra la Aurora, manda, oh rey de hombres Agamemnón, que traigan leña y la coloquen como conviene a un muerto que baja a la región sombría, para que pronto el fuego infatigable consuma y haga desaparecer de nuestra vista el cadáver de Patroclo y los guerreros vuelvan a sus ocupaciones.” Así dijo y ellos le escucharon y obedecieron. Dispuesta con prontitud la cena, comieron todos y nadie careció de su respectiva porción. Ya satisfecho el apetito se fueron a dormir a sus tiendas.
Aquiles se quedó con muchos mirmidones, dando profundos suspiros a orillas del estruendoso mar, en un lugar limpio donde las olas bañaban la playa; pero no tardó en vencerlo el Sueño, que disipa los cuidados del ánimo, esparciéndose suave en torno suyo; pues el héroe había fatigado mucho sus fornidos miembros persiguiendo a Héctor alrededor de la ventosa Ilión.

Entonces vino a encontrarlo el alma de Patroclo, semejante en un todo a éste cuando vivía, tanto por su estatura y hermosos ojos como por las vestiduras que llevaba; y poniéndose sobre la cabeza de Aquiles, le dijo estas palabras: “¿Duermes, Aquiles, y me tienes olvidado? Te cuidabas de mí mientras vivía, y ahora que he muerto me abandonas. Entiérrame cuanto antes para que pueda pasar las puertas del Hades; pues las almas, que son imágenes de los difuntos, me rechazan y no me permiten que atraviese el río y me junte con ellas, y de este modo voy errante por los alrededores de ambas puertas del Hades. Dame la mano, te lo pido llorando, pues mi alma ya no volverá del Hades cuando hayáis entregado mi cadáver al fuego. Ni ya, gozando de la vida, conversaremos separadamente de los amigos, pues me devoró la odiosa muerte que el hado, cuando nací, me deparara. Y tu destino es también, oh Aquiles, semejante a los dioses, morir al pie de los muros de los nobles troyanos. Otra cosa te diré y te encargaré, por si quieres complacerme. No dejes mandado, oh Aquiles, que pongan tus huesos separados de los míos, ya que juntos nos hemos criado en tu palacio desde que Menecio me llevó de Opunte a vuestra casa. Peleo me acogió en su morada, me crió con regalo y me nombró tu escudero; así también una misma urna, el ánfora de oro que te dio tu madre, guarde nuestros huesos.”

Aquiles respondió a Patroclo: “¿Por qué, cabeza querida, vienes a encargarme estas cosas? Te obedeceré y lo cumpliré todo como lo mandas. Pero acércate y abracémonos, aunque sea por breves instantes, para saciarnos de triste llanto.” Diciendo esto Aquiles le tendió los brazos, pero no consiguió asirlos: el alma de Patroclo se disipó y penetró en la tierra dando chillidos. Aquiles se levantó atónito, dio una palmada y exclamó con voz lúgubre: “¡Oh dioses! Cierto es que en la morada de Hades quedan el alma y la imagen de los que mueren, pero la fuerza vital desaparece por entero. Toda la noche ha estado cerca de mí el alma del mísero Patroclo, derramando lágrimas y despidiendo suspiros, para encargarme lo que debo hacer; y era muy semejante a él cuando vivía.” Así dijo y a todos los excitó el deseo de llorar. Todavía se hallaban alrededor del cadáver, sollozando lastimeramente, cuando despuntó la Aurora de rosáceos dedos. Entonces el rey Agamemnón mandó que de todas las tiendas saliesen hombres con mulos para ir por leña.

Después que hubieron descargado la inmensa cantidad de leña, se sentaron todos juntos y aguardaron. Aquiles mandó enseguida a los belicosos mirmidones que tomaran las armas y uncieran los caballos y ellos se levantaron, vistieron la armadura y los caudillos y sus aurigas montaron en los carros. Iban éstos al frente, seguíanlos la nube de la copiosa infantería, y en medio los amigos llevaban a Patroclo, cubierto de cabello que en su honor se habían cortado. El divino Aquiles sosteníale la cabeza y estaba triste porque despedía para el Hades al eximio compañero. Cuando llegaron al lugar que Aquiles les señaló, dejaron el cadáver en el suelo y enseguida amontonaron abundante leña. Entonces el divino Aquiles, el de los pies ligeros, tuvo otra idea: separándose de la pira, se cortó la rubia cabellera que conservaba espléndida y la puso en manos del compañero querido y a todos les excitó el deseo de llorar.

Los que cuidaban del funeral amontonaron leña, levantaron una pira de cien pies por lado, y con el corazón afligido pusieron en lo alto de ella el cuerpo de Patroclo. Delante de la pira mataron y desollaron muchas pingües ovejas y flexípedos bueyes de curvas astas, y el magnánimo Aquiles tomó la grasa de aquéllas y de éstos. Cubrió con la misma el cadáver de pies a cabeza y hacinó alrededor los cuerpos desollados. Llevó también a la pira dos ánforas, llenas respectivamente de miel y de aceite, y las abocó al lecho; y exhalando profundos suspiros, arrojó a la hoguera cuatro corceles de erguido cuello. Nueve perros tenía el rey que se alimentaban de su mesa, y degollando a dos los echó igualmente a la pira. Les siguieron doce hijos valientes de troyanos ilustres, a quienes mató con el bronce, pues el héroe meditaba en su corazón acciones crueles. Y entregando la pira a la violencia indomable del fuego para que la devorara, gimió y nombró al compañero amado. Durante toda la noche el veloz Aquiles invocó el alma de Patroclo, y como solloza un padre al quemar los huesos del hijo recién casado, cuya muerte ha sumido en el dolor a sus progenitores, de igual modo sollozaba Aquiles al quemar los huesos del amigo, y arrastrándose en torno de la hoguera gemía sin cesar. Y antes que dieran comienzo los juegos en honor de Patroclo, Aquiles pidió a quienes lo acompañaban que pusieran los restos en una urna de oro, cubiertos por doble capa de grasa, donde se pudieran guardar hasta que él también descendiera al Hades y sus propios restos le acompañaran en un túmulo anchuroso y alto.
Vueltos a su sitio, Aquiles detuvo al pueblo y lo hizo sentar, formando un gran círculo, y al momento sacó de las naves, para premio de los que vencieran en los juegos, calderas, trípodes, caballos, mulos, bueyes de robusta cabeza, mujeres de hermosa cintura y lucientes prendas. Y así iniciaron los héroes las competencias en homenaje a Patroclo.

No hay comentarios: