lunes, 20 de diciembre de 2010

Oswaldo Guayasamín





Oswaldo Guayasamín (Quito, 1919 – Baltimore, 1999) fue un destacado pintor ecuatoriano. Hijo de padre indígena (de ascendencia quichua), y madre mestiza., Oswaldo fue el primero de diez hijos.

Comenzó a pintar y dibujar desde su infancia, y vendía sus trabajos a los turistas para costearse los estudios. Aunque debió enfrentar la oposición paterna para hacerlo, finalmente se matriculó en la Escuela de Bellas Artes de Quito, en la que permaneció durante siete años y de la que recibió el título de Pintor y Escultor en 1941, siendo el mejor alumno de su promoción.

El período durante el cual Guayasamín recibió su formación estética fue el de mayor auge de la Escuela Indigenista, y la influencia de esta corriente en el pintor es evidente desde sus obras iniciales. En 1942 realizó su primera exposición en Quito, que causó gran escándalo por su marcado carácter de denuncia social. Poco después se trasladó a México, donde trabajó algunos meses con el gran muralista Orozco, quien ejerció una importante influencia en la definición del lenguaje estético del joven pintor ecuatoriano.

En 1943 pasó siete meses en los Estados Unidos recorriendo distintos museos a fin de estudiar las obras de Goya y El Greco, entre otros maestros. A comienzos de la década de 1940 trabó amistad con Pablo Neruda y realizó un largo viaje por Chile, Perú, Argentina, Bolivia y Uruguay, durante el cual tomó apuntes para su gran serie Huacayñán ("El camino del llanto"), compuesta por más de cien telas que giran en torno a la temática del indígena, el negro y el mestizo en América.

En 1957 recibió el Premio Mejor Pintor de Sudamérica, concedido por la Bienal de São Paulo, Brasil. En 1960 recibió el Gran Premio del Salón de Honor de la II Bienal de Pintura, Escultura y Grabado de México, un galardón que significó el comienzo de su proyección internacional.

Entre sus obras se cuenta la realización de varios murales en Ecuador y la serie La edad de la ira, compuesta por 260 obras, agrupadas por series, y que fuera exhibida en museos y galerías de México, Barcelona, París y Madrid. Otro de sus murales: España-Hispanoamérica, se encuentra en el Aeropuerto Internacional de Barajas, en Madrid.

Guayasamín ha aunado la fuerza de la temática indígena con los logros de las vanguardias de principios de siglo, especialmente el cubismo y el expresionismo. En sus cuadros denunció siempre con convicción los horrores, los desastres y los dramas del hombre, dando a sus obras una expresividad particular dentro de la escuela indigenista.

sábado, 9 de octubre de 2010

Leonor García Hernando - Poemas


Hablábamos de poetas franceses
y aquí un muchacho era arrojado al río atado con el mantel
de la casa.


*****

en la mesa familiar mi padre no tenía silla.
Él comía parado, erguido sobre el mármol como un monumento fúnebre;
pero su voz era alegre y ronca
y le gustaba relatar los condimentos usados al preparar el almuerzo
porque mi padre era quien cocinaba en casa

Tiempo atrás él degollaba gallinas en la pileta del lavadero
y tapaba los chillidos del animal con el ruido del agua
Con mi madre compartían ese espacio.
Allí donde mi madre golpeaba la ropa
él golpeaba la cabeza de un pájaro feo y sin otra gracia que su entrega a una muerte cruenta.

Supe entonces que si era fea compartiría la suerte de unas plumas sangrientas
y así fue cierto
que mi garganta respira por el tajo.

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los tullidos de la ciudad se deslizan por esta vereda. Cuando mi boca se tuerce en mueca compasiva, ellos
se alejan sonriendo
sobre sus débiles piernas incompletas.


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No deberíamos ser más astutos que la vida. Advertir la trampa
suma a la caída, la humillación

ahora la botella impregna la mesa con su sombra angosta.
Tardaré en alzar el plato. La comida fue escasa y las sobras en el mantel me tranquilizan.
Los días se saturan de estos detalles. Es la sumisión del cautivo
imágenes de vicios:
el cigarrillo que se consume a un costado de la boca
o la mínima felicidad que inspiran las tazas acomodadas en el estante.

Recoge el telón sobre tus hombros, el cabellos en trenzas sobre tu nuca. Que los
pequeños lunares sean el estrellado cielo de la Osa Menor sobre la tierra helada
que el consuelo sea un relato de encaje tirado sobre tu corazón
tan esquivo es el aire que pide la boca

los ciclistas atraviesan la calle como un perfume de almendras quemadas
oscurecen el fondo de un pocillo
y es zozobra el pañuelo que agita el viento en la garganta.
Lo cómico es siempre una torción de tragedia, un cambio en su velocidad.
Uno de los ciclistas cayó en el asfalto y a la mancha de aceite se la ve brillar desde la altura
rezagos el tobillo parece sangrar
y otra mancha humedece la mancha de aceite que brilla.
Es perdido el cielo tras las nubes oscuras
y sin elegancia, incómodo, el ciclista vuelve a escapar en la calle vacía.

He perdido mi piloto en otro invierno
el agua se inquieta y la figura de piedra se inclina a beber en la plaza oscura.
Imágenes descoloridas agitan la ventana, como en la pantalla de un cine de provincias
aquella vez, en el trópico, con mi tía bajo un paraguas,
viendo “El bebé de Rosemarie” en el aguacero que repetía sus golpes de pequeño martillo de joyero en una
función al aire libre
provincias perros de ojos azules y las baldosas rojas de los patios

un paisaje de crímenes consumados.


********


y ella dijo: no te daré mi muerte

como no te daré el pañuelo que anuda pequeños objetos rotos.
Seré otra historia de raras fauces un escalón de piedra alquitranada
pero no distraeré tu fastidiada mano con mi espalda,
ni me quitaré las medias para que conozcas el tamaño de mi pie.
Seré imprevista aún en tu melancolía
cuando retires tus dedos de los guantes y un deseo de frío,
de algo lastimado que rozar, los agite.

esta materia de la deformidad no quiere gestos

ligustro amargo para demorar mis sienes
y precarias tazas de arcilla donde beba mi alcohol blanco
y los días lluviosos de junio alzados en una terraza viva
pero no devuelvas mi cuerpo
envuelto por vendas que se deslizan como culebras pálidas
porque no te daré mi muerte
ni el pedido de agua de los lastimados
ni el estupor de los traicionados entre hierros curvos, en una estación de tren.

Dame el brindis en esa copa de hierro que asegura tu boca dame el desvío de paredes en la
celda.
Estoy atada al mástil del despecho en el pavimento ardido

bandera negra en plaza de armas blancas.


Leonor García Hernando.






sábado, 21 de agosto de 2010

Los funerales de Patroclo


Antes que el anciano Príamo rescatara el cadáver de Héctor, Aquiles invitó a sus guerreros mirmidones a que lo siguieran y éstos así lo hicieron en compacto grupo y gemían con frecuencia.Ya habían lavado y colocado en su lecho el cadáver de Patroclo, y sollozando dieron tres vueltas alrededor del cadáver con los caballos de hermoso pelo; Tetis que se hallaba entre los guerreros les excitaba el deseo de llorar. Regadas de lágrimas quedaron las arenas, regadas de lágrimas se veían las armaduras de los hombres. Y Aquiles comenzó entre ellos el funeral lamento colocando sus manos sobre el pecho de su amigo y diciendo: “Alégrate, ¡oh Patroclo, aunque estés en el Hades! Ya voy a cumplirte cuanto te prometiera: he traído arrastrado el cadáver de Héctor que entregaré a los perros para que lo despedacen cruelmente y degollaré ante tu pira a doce hijos de troyanos ilustres, por la cólera que me causó tu muerte.” Tendió Aquiles el cadáver de Héctor boca abajo en el polvo, junto al lecho de Patroclo y los guerreros se quitaron la luciente armadura de bronce y se sentaron en gran número frente a la nave de Aquiles, que les dio un banquete funeral espléndido. Muchos bueyes blancos, ovejas y balantes cabras palpitaban al ser degolladas; gran abundancia de grasos puercos, de albos dientes, se asaban extendidos sobre la llama de Hefesto y en torno al cadáver la sangre corría en abundancia por todas partes.

Los reyes aqueos llevaron a Aquiles a la tienda de Agamemnón para que se lavara las manchas de sangre y polvo antes de celebrar el banquete, a lo cual se negó diciendo: “No es justo que el baño moje mi cabeza hasta que ponga a Patroclo en la pira, le erija un túmulo y me corte la cabellera; porque un pesar tan grande no volverá jamás a sentirlo mi corazón mientras me cuente entre los vivos. Ahora celebraremos el triste banquete y cuando se descubra la Aurora, manda, oh rey de hombres Agamemnón, que traigan leña y la coloquen como conviene a un muerto que baja a la región sombría, para que pronto el fuego infatigable consuma y haga desaparecer de nuestra vista el cadáver de Patroclo y los guerreros vuelvan a sus ocupaciones.” Así dijo y ellos le escucharon y obedecieron. Dispuesta con prontitud la cena, comieron todos y nadie careció de su respectiva porción. Ya satisfecho el apetito se fueron a dormir a sus tiendas.
Aquiles se quedó con muchos mirmidones, dando profundos suspiros a orillas del estruendoso mar, en un lugar limpio donde las olas bañaban la playa; pero no tardó en vencerlo el Sueño, que disipa los cuidados del ánimo, esparciéndose suave en torno suyo; pues el héroe había fatigado mucho sus fornidos miembros persiguiendo a Héctor alrededor de la ventosa Ilión.

Entonces vino a encontrarlo el alma de Patroclo, semejante en un todo a éste cuando vivía, tanto por su estatura y hermosos ojos como por las vestiduras que llevaba; y poniéndose sobre la cabeza de Aquiles, le dijo estas palabras: “¿Duermes, Aquiles, y me tienes olvidado? Te cuidabas de mí mientras vivía, y ahora que he muerto me abandonas. Entiérrame cuanto antes para que pueda pasar las puertas del Hades; pues las almas, que son imágenes de los difuntos, me rechazan y no me permiten que atraviese el río y me junte con ellas, y de este modo voy errante por los alrededores de ambas puertas del Hades. Dame la mano, te lo pido llorando, pues mi alma ya no volverá del Hades cuando hayáis entregado mi cadáver al fuego. Ni ya, gozando de la vida, conversaremos separadamente de los amigos, pues me devoró la odiosa muerte que el hado, cuando nací, me deparara. Y tu destino es también, oh Aquiles, semejante a los dioses, morir al pie de los muros de los nobles troyanos. Otra cosa te diré y te encargaré, por si quieres complacerme. No dejes mandado, oh Aquiles, que pongan tus huesos separados de los míos, ya que juntos nos hemos criado en tu palacio desde que Menecio me llevó de Opunte a vuestra casa. Peleo me acogió en su morada, me crió con regalo y me nombró tu escudero; así también una misma urna, el ánfora de oro que te dio tu madre, guarde nuestros huesos.”

Aquiles respondió a Patroclo: “¿Por qué, cabeza querida, vienes a encargarme estas cosas? Te obedeceré y lo cumpliré todo como lo mandas. Pero acércate y abracémonos, aunque sea por breves instantes, para saciarnos de triste llanto.” Diciendo esto Aquiles le tendió los brazos, pero no consiguió asirlos: el alma de Patroclo se disipó y penetró en la tierra dando chillidos. Aquiles se levantó atónito, dio una palmada y exclamó con voz lúgubre: “¡Oh dioses! Cierto es que en la morada de Hades quedan el alma y la imagen de los que mueren, pero la fuerza vital desaparece por entero. Toda la noche ha estado cerca de mí el alma del mísero Patroclo, derramando lágrimas y despidiendo suspiros, para encargarme lo que debo hacer; y era muy semejante a él cuando vivía.” Así dijo y a todos los excitó el deseo de llorar. Todavía se hallaban alrededor del cadáver, sollozando lastimeramente, cuando despuntó la Aurora de rosáceos dedos. Entonces el rey Agamemnón mandó que de todas las tiendas saliesen hombres con mulos para ir por leña.

Después que hubieron descargado la inmensa cantidad de leña, se sentaron todos juntos y aguardaron. Aquiles mandó enseguida a los belicosos mirmidones que tomaran las armas y uncieran los caballos y ellos se levantaron, vistieron la armadura y los caudillos y sus aurigas montaron en los carros. Iban éstos al frente, seguíanlos la nube de la copiosa infantería, y en medio los amigos llevaban a Patroclo, cubierto de cabello que en su honor se habían cortado. El divino Aquiles sosteníale la cabeza y estaba triste porque despedía para el Hades al eximio compañero. Cuando llegaron al lugar que Aquiles les señaló, dejaron el cadáver en el suelo y enseguida amontonaron abundante leña. Entonces el divino Aquiles, el de los pies ligeros, tuvo otra idea: separándose de la pira, se cortó la rubia cabellera que conservaba espléndida y la puso en manos del compañero querido y a todos les excitó el deseo de llorar.

Los que cuidaban del funeral amontonaron leña, levantaron una pira de cien pies por lado, y con el corazón afligido pusieron en lo alto de ella el cuerpo de Patroclo. Delante de la pira mataron y desollaron muchas pingües ovejas y flexípedos bueyes de curvas astas, y el magnánimo Aquiles tomó la grasa de aquéllas y de éstos. Cubrió con la misma el cadáver de pies a cabeza y hacinó alrededor los cuerpos desollados. Llevó también a la pira dos ánforas, llenas respectivamente de miel y de aceite, y las abocó al lecho; y exhalando profundos suspiros, arrojó a la hoguera cuatro corceles de erguido cuello. Nueve perros tenía el rey que se alimentaban de su mesa, y degollando a dos los echó igualmente a la pira. Les siguieron doce hijos valientes de troyanos ilustres, a quienes mató con el bronce, pues el héroe meditaba en su corazón acciones crueles. Y entregando la pira a la violencia indomable del fuego para que la devorara, gimió y nombró al compañero amado. Durante toda la noche el veloz Aquiles invocó el alma de Patroclo, y como solloza un padre al quemar los huesos del hijo recién casado, cuya muerte ha sumido en el dolor a sus progenitores, de igual modo sollozaba Aquiles al quemar los huesos del amigo, y arrastrándose en torno de la hoguera gemía sin cesar. Y antes que dieran comienzo los juegos en honor de Patroclo, Aquiles pidió a quienes lo acompañaban que pusieran los restos en una urna de oro, cubiertos por doble capa de grasa, donde se pudieran guardar hasta que él también descendiera al Hades y sus propios restos le acompañaran en un túmulo anchuroso y alto.
Vueltos a su sitio, Aquiles detuvo al pueblo y lo hizo sentar, formando un gran círculo, y al momento sacó de las naves, para premio de los que vencieran en los juegos, calderas, trípodes, caballos, mulos, bueyes de robusta cabeza, mujeres de hermosa cintura y lucientes prendas. Y así iniciaron los héroes las competencias en homenaje a Patroclo.

viernes, 20 de agosto de 2010

Kavafis Constantin

(Konstantínos o Constantin Pétrou Kaváfis o Cavafis; Alejandría, 1863 - 1933) Poeta griego. Fue el menor de una familia de nueve hermanos. Su padre, Juan Cavafis, fue comerciante y su madre, Jariclea Fotiadis, procedía de una familia noble de Constantinopla.
Después de la muerte de su padre, acaecida el 10 de agosto de 1870, se trasladó a Inglaterra, donde permaneció en Liverpool y Londres desde 1872 a 1878. Inició sus estudios y aprendió con total perfección la lengua inglesa. Después, regresó a Alejandría y completó sus estudios.
En 1882, debido a los disturbios políticos que acabaron con la ocupación de Egipto por los ingleses, abandonó de nuevo su ciudad natal. La familia se trasladó a Constantinopla y permaneció allí hasta el mes de octubre de 1885. Después, regresó a Alejandría y el poeta sólo abandonó la ciudad con motivo de unos viajes que realizó a París en 1897, a Londres en 1901 y a Atenas en 1903.
Sus primeras publicaciones comenzaron en 1886. Los poemas de esta primera época, románticos en su concepción, siguen la línea de D. Paparrigópulos, con evidentes influencias de Hugo y Musset. En 1891 publicó en una hoja suelta un poema titulado “Constructores” y en 1896 escribió “Murallas”, un poema ya completamente cavafiano, donde ofrece la trágica realidad de la vida, el aislamiento del mundo y la soledad existencial.
Cavafis renegó de muchas obras que no llegó a publicar. El corpus de los poemas “reconocidos” suman un total de ciento cincuenta y cuatro, todos ellos breves. Sus poemas circularon en pequeñas hojas sueltas y en privado. En 1904, en un pequeño fascículo, publicó catorce poemas y en 1910 los volvió a publicar añadiendo siete más. Desde 1912 publicó hojas sueltas con las que compuso colecciones, ordenándolas cronológicamente o temáticamente.

Fuente: www.biografiasyvidas.com

jueves, 10 de junio de 2010

acto verbal


camille


tu cuerpo frío me dispara
nena te vas?
madre te vas?

qué hacer ahora
propia y ajena
enhebrando

músculo y nervio
nudo de manos
curva y pezón

sola te tiemblo

mediodía
el silencio ha caído
vertical
en cada dedo
en cada uña

vena por vena
te lloro amorosamente
un escultor se despide
de su obra


****


fugit amor


corrida del eje
enmudecida

prenda de intercambio

huyendo
sin la cara de mi madre
he amado


****


día a día


día a día
voy perdiendo tu ceja
delicado párpado
mi labio inferior
el verdadero temblor
de tu mentira ponía
mi vida en pie

suave silencio
excava


mi vocal oscurecida
por la fina arena
del tiempo


****


desposada


la desposada y su epopeya de corset:
no supo leer el rostro de los hombres

a la cabeza de su desvestir
anillos de boda
joyas sobre la cama

el amor es un código turbio
con él o sin él ella no se salva

la noche ajena vigilias
ademanes sombríos
vértigo de mujer

otra de otro
sola de sí

con él o sin él ella

desposada
vela y no descorre
su mil doblez



Liliana Piñeiro

viernes, 14 de mayo de 2010

Entrevista "Viel Temperley: Estado de Comunión"

Entrevista aparecida en Revista Vuelta Sudamericana, No 12, Julio de 1987, Buenos Aires.

Viel Temperley nació en Buenos Aires en 1933. Con su primer libro, a los 23 años, obtuvo la Faja de Honor de la SADE. Entre ese libro y el último volaron 30 años. Sus lectores, pocos, hablan de Viel como uno de los mejores actuales. Ahora –el presente vale- llega de una sesión de rayos y está en la cama, una frazada prolijamente doblada a la altura del pecho.

-Ojóó- hace, sonriendo, y en el piso suena el teléfono.

Por todas partes hay pequeños cuadros pintados por él o por Luisa, su mujer. Hay una biblioteca fina y alta rodeada de fotografías y un Cristo azul acosado por un bosquecillo de plantas sin flores. Viel no es un poeta de cuchicheo mallarmeano. No dice “un texto por fin real que será la explicación órfica de la tierra”, ni “un Cosmos organizado bajo el signo de la belleza”. Él dice: “lo mío tenía que ser todo un mundo”. (Tiempo atrás, hojeando la novela de un sabio, rozado yo por el eco de su éxito, se me ocurrió que la percepción de la belleza tiene que ver más con las sensaciones que con el juicio –lábil ocurrencia, pero me gusta esa antigüedad. ¿No hay un dios que desaparece automáticamente si se lo toca demasiado?). Y si habla de sus libros –en este caso “Legión Extranjera” (1978), “Crawl” (1982) y “Hospital Británico” (1986)-, hace justamente lo contrario de las gentes que, diría Arreola, caen unas en brazos de otras sin detallar la aventura.

-Desenchufá-pide-. No quiero que me interrumpan.

Le digo que parece que hubiera entrado en escena de golpe, en este último año, cuando tiene nueve libros editados.

-Creo que eso es culpa mía. No hice ningún movimiento para acercarme. No estuve en ningún grupo. Siempre rehuí las presentaciones. Y hasta “Carta de Marear”, que apareció en 1978, había publicado cinco libros...pero yo tenía la intención de romper mi poesía; la notaba demasiado rígida, como atada a un molde, un principio, un medio, un fin: sabía qué iba a decir. Después pasé a decir, a ver, empezó a interesarme la poesía que me permitía no solamente esconderme sino evadirme y hacer un mundo, tener un mundo.

-¿Evadirte de qué?.

De lo excesivamente claro. Yo me destrozo en cada imagen para esconderme, pero dejo (por ejemplo en “Legión Extranjera”) citas y personajes que hacen de distintos poemas un solo poema. Así que después de esto, cuando tuve oportunidad de mandar todo al diablo, me encierro con un título, “Crawl”, y la intención de dar un testimonio de mi fe en Cristo, al que nunca había nombrado: decía “Dios”; un dios panteísta, no el hijo, el hombre. Y el hecho es que me encuentro con mi poesía al no saber cómo hacerla. Termino explicando cómo se nada, cómo poner una mano al nadar...Pero descubro que para escribir “Crawl” tengo que aprender a rezar, y empiezo a tener una relación distinta con la oración y con el aliento. Y al fin de todo consigo mencionarlo como “éste” o “ése”, con minúscula, porque en aquel momento de mi vida espiritual hubiera sido una mentira poner reiteradamente “Jesucristo”. A lo largo del libro lo nombro una sola vez. Yo no era dueño de ese nombre.

-Más que la búsqueda de El Nombre parece la búsqueda de un nombre. ¿O pensás que sos un poeta religioso?

-¿Un poeta religioso? No. De ninguna manera. Seré un místico, un poeta surrealista, cualquier cosa, pero no religioso. Hablo de marineros y de nadadores. Jesucristo aparece a través de un rufían, de un vago, de un bañero. Pongo “Besarme el rostro en Jesucristo” queriendo decir que Cristo me había llevado a besarme a mí mismo en él. En él, pero a mí mismo, eso es lo que me interesa. No me dirijo a él dejando de lado mi amor por esa chica al lado de la lámpara: lo busco ahí. Me bastó con haberlo puesto una vez. Di testimonio. Macanudo. Ya después me copo con la tapa, con el marinero de la caja de cigarros John Player...Yo creía que existía. Me lo había presentado un tío en una pieza empapelada con flores. Y recuerdo que lo quise. Pero ahí dejé de verlo y no volví a encontrarlo hasta mucho tiempo después en un atado de cigarrillos. Había soñado con él, y lo tomé como la cara de Cristo. Dios es idéntico a un marinero, tal vez un marinero judío, por la mandíbula tan fuerte, cuadrada. En lugar de un salvavidas, entonces, le pedí a un amigo que dibujara una corona de espinas. Finalmente, se me ocurrió acompañarlo con la diagramación. Si mirás “Crawl” arriba es como un cuerpo que va nadando. Yo desplegaba el poema en el suelo y me paraba en una silla para ver dónde había algo que se saliera del dibujo. Me pasaba horas arriba de la silla fumando y mirando, y corrigiendo para que tuviera esa forma. Incluso trato de que las estrofas no tengan puntos hasta la tercera parte, porque quería que fuera un respirar, quería que cada brazada fuera una respiración. Solamente al final, cuando habla con otros hombres, hay puntos y cortes. Pero donde es pura natación, son estrofas.

-¿Y en cuanto al leit motiv “Vengo de comulgar y estoy en éxtasis”?

-Eso sucedió un día en que estaba terriblemente angustiado y me metí en el Santísimo, la iglesia que está acá atrás del Kavanagh. Sin embargo no soporté estar ahí adentro. Salí, me senté en el pasto, en la plaza, y tuve de pronto una sensación de éxtasis extraordinaria...Y me dije que ese era el motivo para empezar cada parte. Y en la primera sigue “aunque comulgué como un ahogado”. Eso, como un ahogado...Otra vez, yo venía caminando por el puerto, y entre una fila de plátanos sentí un ataque de Dios, el golpe de Dios, y me puse a llorar. Hay un plátano en “Crawl”. También recuerdo que cuando yo era muy chico vivía en Vicente López, y todas las mañanas mamá me llevaba al río, cargado en la espalda. Yo todavía no sabía caminar. Y un día me caí al agua. Recuerdo que estaba sentado debajo del agua en paz, sin extrañar absolutamente la vida, la respiración, el mundo. Lo único que sentía era el éxtasis de ver una pared color tierra cruzada por el sol: era un manto anaranjado que yo tenía ante los ojos. Y era feliz.

-En El Nadador escribís “...agua tan azul que el hombre / entraba en ella y respiraba”.

-Respira el cielo. Por eso en “Crawl” me quedo tranquilo hasta que un día nublado estoy en una playa y al cerrar los ojos sale el sol y veo dos figuras blanquísimas, y me dije que iba a escribir acerca de esos dos tipos haciendo guardia en la arena. Ese libro sería “Hospital Británico”. Yo estuve en el Británico. Caí enfermo cuando vi a mamá que quería morirse, y murió cuatro días después de que a mí me trepanaran. Habíamos pasado tres meses los dos tirados en la cama. Bueno, me operan del mate y a los dos o tres días salgo al jardín. Iba del brazo de mi mujer. Nos sentamos delante de un pabellón, al que llamo Pabellón Rosetto. Volaban unas mariposas y había unos eucaliptus muy hermosos, nada más que esto, y fui rodeado y traspasado por una sensación de amor tan intensa que me arruinó la vida en el mundo.

-¿Cómo?

Sí, la sensación de estar rodeado por cielo, y de que ese cielo me tocara como carne, y que podía ser la carne de Cristo y que al mismo tiempo lo tenía a Cristo adentro...Yo era amado con una intensidad que estaba en el límite de lo soportable. Eso duró una semana. Cuando volví a casa me tiré en el living y abrí la ventana para que el viento moviera la enredadera y estuve hasta el amanecer tratando de recuperar ese estado de comunión, pero no apareció nada.

-Bueno, apareció Hospital Británico.

-El libro de un trepanado. El que escribió ese poema no existe más. Yo, en aquel entonces (no sabía que iban a darme rayos) salí volando con la cabeza abierta: iba a escribir. Se me ocurrió la solución de las esquirlas, lo ordené, escribí lo que habla de la muerte de mamá....y el resto en el estado de un tipo que se había salido de la realidad porque tenía un huevo en la cabeza. Después, sí, después tienen que darme rayos. ¿Quién carajo armó todo eso?. No tengo idea. Llega gente, vienen a visitarme, caen cartas, pero lo que yo tengo que ver con el efecto de ese libro es muy poco. No soy el autor de eso como de “Crawl”. “Hospital Británico” es algo que estaba en el aire. Yo no hice más que encontrarlo. “Hospital Británico” me permite creer que me salí del mundo y no sé para qué. El cielo estaba en la enfermera que pasaba....

Entrevista realizada por Sergio Bizzio.


Vanesa Aldunate

jueves, 11 de febrero de 2010

La mirada imposible



Tiresias era un adivino que aparecía en todos los episodios mitológicos relacionados con Tebas, desde la época de Cadmo hasta la expedición de los Epígonos: fue él quien aconsejó que se entregara el trono de la ciudad al vencedor de la adivinanza de la Esfinge y, más tarde, sus revelaciones conducirán a Edipo a descubrir el misterio que rodeaba su nacimiento y sus involuntarios crímenes. Tiresias también aparece en La Odisea (Canto XI): Ulises irá a consultarle al Hades para averiguar cómo encontrar el camino a Ítaca.


Tiresias era ciego desde joven. Hay varias versiones del mito que explican su ceguera.


El baño de Atenea

Según la versión de Perecidas de Atenas que se encontraba en la Biblioteca de Apolodoro, Tiresias, adolescente, sorprendió a Atenea bañándose desnuda en la fuente Hipocrene en el Monte Helicón. La diosa, de una castidad absoluta, consideró esta indiscreción de Tiresias como un atentado contra su pudor y «Atenea le puso entonces las manos sobre los ojos y lo dejó ciego» (Apolodoro III, 6, 7).



Como la ninfa Cariclo, madre de Tiresias, formaba parte del cortejo divino, le suplicó a Atenea que le devolviera la vista a su hijo. La diosa, puesto que no tenía el poder para deshacer el acto, le concedió otro don: «Ella le purificó las orejas, y esto le permitía comprender perfectamente el lenguaje de los pájaros; después ella le dio un bastón de cornejo, gracias al que caminaba como las gentes que veían» (Apolodoro III, 6, 7). Atenea le concedió igualmente una vida más larga que la del común de los mortales y el poder de guardar sus dones en los Infiernos.

Esta misma versión está igualmente presente en la obra de Calímaco (Himno V, Para el baño de Palas, 120-130) y en la de Nono de Panópolis (Las Dionisiacas, V, 337).

Metamorfosis de Ovidio


Mientras Tiresias paseaba por el bosque en el Monte Cilene en el Peloponeso, encuentra a dos serpientes que estaban apareándose y las separa con un golpe de su bastón. Hera, disgustada, de inmediato lo transforma en mujer. Tiresias permanece con esta apariencia durante siete años y se convierte en sacerdotisa de Hera. Se casa y tiene una hija, Manto, que también heredará el don de la profecía. (Según otras versiones Tiresias mujer fue una prostituta de gran renombre). El octavo año, Tiresias-mujer vuelve a ver de nuevo a las mismas serpientes aparearse. Según unas versiones las dejó tranquilas, según otras (Higinio), las volvió a pisotear. Como premio a su comportamiento, Hera le levantó el castigo y le devolvió su masculinidad. Ovidio dice: :«Si cuando se os castigo, le dice, vuestro poder es tan grande para cambiar la naturaleza de vuestro enemigo, voy a cambiaros una segunda vez». (Las Metamorfosis, III, 316-338).

En un episodio separado, sigue la narración. En una discusión en el Olimpo, Zeus pretendía que en el acto sexual la mujer sentía más placer que el hombre y su esposa Hera pretendía lo contrario. Los dioses decidieron pedir el consejo de Tiresias, que tenia la experiencia de ambos sexos. Tiresias se pone de parte de Zeus, y declara: "De diez partes un hombre solamente goza de una". Y Hera inmediatamente lo volvió ciego por su impiedad. «... ofendida que no es conveniente para un sujeto ser tan ligero, y condena los ojos de su juzgado a las tinieblas eternas» (Las Metamofosis, III, 316-338). Zeus no podía ir en contra de la decisión de Hera, pero, para compensar su ceguera, le ofrece el don de la adivinación y una larga vida de siete generaciones humanas.

En la Biblioteca Mitológica (Pseudo-Apolodoro), según Hesiodo, se incluía un relato parecido.

El significado esencial de la figura de Tiresias reside en su papel de mediador: gracias a sus dotes proféticas, media entre los dioses y los hombres; por su condición andrógina, lo hace entre hombres y mujeres; y por la excepcional duración de su vida, entre los vivos y los muertos.



Texto tomado de la pagina de Ana Vazquez Hoys- Antigüedad/Tiresias

miércoles, 10 de febrero de 2010

Orígenes de Atenea



Una tradición pelágica indica que Atenea nació en Libia, a orillas del lago Tritonis, allí fue encontrada por las tres ninfas de Libia que se cubren con pieles de cabra criándose entre ellas y convirtiéndose en una ninfa más. Después llegaría a Grecia, a través de Creta, instalándose en Beocia junto al río Tritón y convirtiéndose en la patrona de Atenas. De allí tal vez recibe el epíteto de Tritogenia en la Ilíada, los himnos homéricos y en la Teogonía de Hesíodo, cuyo significado exacto no está claro. Pudiera significar nacida de Tritón , indicando quizás que este dios marino era su padre según algunos antiguos mitos, o menos probablemente que nació cerca del lago Tritón en África.


Herodoto recoge esta tradición y el relato sobre la diosa se adapta a ella para presentarnos a Atenea de niña combatiendo contra su hermana adoptiva Palas y matándola por error. El dolor que esta muerte le produjo hizo que desde entonces antepusiera a su propio nombre el de Palas, en recuerdo de su hermana, pasando a ser conocida como Palas Atenea.

En Arcadia llevaba el sobrenombre de Pritonia lo que estaría asociado al Dios Poseidón Hipios. Estas divinidades tuvieron una forma de antagonismo al competir por el patronazgo de Atenas, contienda que ganó la Diosa al darles a los habitantes el fruto del olivo.

Hay otras variantes de esta leyenda: en Creta se decía que la diosa había sido escondida en una nube a la cual golpeó Zeus con su cabeza para que surgiera su hija. En Rodas se decía que Zeus, en el momento del nacimiento de Atenea, había vertido desde lo alto del cielo abundante lluvia de oro que fertilizó los campos. A estas tradiciones que consideraban a la diosa como nacida de la cabeza de Zeus se referían los sobrenombres de Acria, con que se la honraba en Argos, y de Leoryfasia con que se la adoraba en Pylos; y el sobrenombre Glaucopis, como otros varios empleados por los poetas, la designaban como diosa de las miradas brillantes. En Ilium Novum se representaba a Atenea Ilias o Ilesia con una antorcha en la mano.

Las representaciones más antiguas de la diosa tenían un origen legendario, y cierto carácter de reliquia u objeto milagroso; se denominaban Palladiom, en recuerdo del ídolo así llamado que robaron Ulises y Diomedes a los habitantes de Troya según refiere la Ilíada.

Atenea


(continuación de entrada en Meridiana)

Así Atenea es la diosa guerrera y la protectora de la paz y de las artes. El primer aspecto es el más antiguo y el predominante que expresan los diferentes relatos. Por ejemplo, se dice que mató a la Gorgona, si bien, según la fábula argia, el héroe de esta empresa fue Perseo auxiliado por Atenea, quien recibió de manos de éste,  la cabeza de Medusa y la colocó en el centro de su escudo para atemorizar a sus enemigos. No hay que olvidar que la Gorgona es imagen de la nube tempestuosa, pudiendo sólo ser vencida por un héroe solar, como Perseo, o por la diosa del relámpago, como Atenea. El escudo con la Gorgona era un arma terrible cuya bordura estaba formada por el Terror y el Temor bajo figuras de serpientes en las cuales se descubren sin el menor esfuerzo los monstruos de la tempestad.

Se comprenderá entonces el carácter de diosa guerrera con que aparece en la Ilíada, infundiéndoles valor temerario a los héroes, mezclándose en los combates de los mortales, venciendo a Afrodita en la batalla mantenida por los dioses. Pero se diferencia de Ares en que inspiraba una valentía calma y reflexiva en vez del ciego furor y la destrucción que caracteriza al dios de la guerra.

Si la paz es una consecuencia de la victoria, es por esto que Atenea presidía también la vida pacífica de las ciudades. Este segundo carácter de la diosa la hacía protectora de todos los trabajos del arte y de la industria. En especial se destacaba el del hilado, dando nacimiento en Lidia a la leyenda de Aracne, quien venció a Atenea en una competencia de tapiz.

En suma, Atenea es la inteligencia divina, y la doncella varonil. Varonil porque sus atributos son los propios de la virilidad en el mundo antiguo (la prudencia, la inteligencia, el conocimiento, la heroicidad, el autocontrol). La virginidad de la diosa fue reflejada por el Partenón y en la historia de Tiresias, que quedó ciego por haber sorprendido su desnudez. Hay aquí un paralelismo con lo sucedido entre Artémis y Acteón, no sólo porque ambas eligen no desposarse ni tener hijos, sino porque castigan duramente a los que osan verlas en su intimidad, a la que solo acceden sus cortes de ninfas.

Es interesante destacar esta versión del mito de Tiresias y tomando a Nicole Loraux decir que quizás su ceguera es resultado de haber visto lo que no debía ver: que la viril Atenea era una mujer, lo que nos da una  idea de la imposibilidad de Tiresias de concebir el cuerpo de la diosa sin los atributos bélicos que la designan. Es la experiencia de Tiresias una contemplación de lo que al hombre griego le resulta imposible y aquello que lo fascina hasta cegarlo. Lo que subyace no es tanto lo inalcanzable de la divinidad virgen como el persistente discurso griego sobre lo femenino.

El mundo antiguo se rigió por un solo sexo, el del varón, del cual participaban, para decirlo en términos platónicos, todas las otras genitalidades deficientemente. Una mujer es para el mundo helénico, un varón inacabado o mal hecho.

Lo que nos dice Loraux es que no deberíamos quedarnos con el discurso oficial de la ciudad en relación al héroe viril, listo para asumir la “muerte bella” por la comunidad de ciudadanos. Es necesario escuchar aquellos relatos heroicos que, desde Homero, forman y educan a la juventud a través de representaciones concurrentes. Aquí, la identidad del hombre no se opone más a la de la mujer, ella la toma de él: en aquello que en la Grecia antigua connotaba al más viril de los varones, el hombre digno de ese nombre: el héroe feminizado, esto es, enaltecido –como Aquiles– que tuvo miedo y lloró por Patroclo.

A cuenta de lo que decían algunos comentarios en la entrada de Artemisa, hay una dificultad en comprender lo que sucedía con griegos y romanos tomándolos desde la perspectiva de la actualidad. Nuestras nociones sobre masculinidad y feminidad son presunciones culturales. Por eso tampoco es correcto hablar de homosexualidad, término de la modernidad, para definir protocolos sexuales de la antigüedad.

No hablamos sobre la castidad de Artémis y Atenea y su decisión de escapar a los hombres y la maternidad, como excusa para un feminismo esencialista que pretendiera la exclusión de los hombres, sino para abordar ese trama de resistencia que se da en todo poder y circula generando tensiones, intersticios. Pienso en otros ejemplos como  Filaenis, Ifis, Bassa y tantas otras "mujeres pensadas y fantasmizadas por los hombres y no mujeres reales, quienes de todas maneras, no tenían nada que decir".


Lilián Cámera


Bibliografía:
Nicole Loraux " Las experiencias de Tiresias. Lo femenino y el hombre griego."
María Cecilia Colombani “El poder de Tierra en Teogonía. Poder y resistencia: el modelo de la batalla perpetua.
F.Frontisi-Ducroux, Jean Pierre Vernant " En el ojo del espejo"

martes, 26 de enero de 2010

Cazadora de la noche

IV)

porque no tuve el suficiente vello
ni cosí el tajo con mentiras
porque ahogué mis axilas
en aguas de durazneros
porque me partí como una sandía
en la siesta de hoja a mármol
única avispa en el túnel
porque sublevé carozos
los retorcí bajo manos familiares
y abortaron un dolor de araña sin mosca
porque la boca era suave
y estrecha la cáscara que contenía
el llanto engendrado antes de mí
porque miraba por balcones
con su misma luz de crepúsculo
oscilando entre hiena y leona
porque orinaba sobre arena
la cabeza gacha ante el anhelo
sedienta de mí
tibia de mí
porque no hubo presilla ni cierre
ni cinturón
ni vaivén de mi carne en pantalones
ni nueces secretas
que me invadieran de tontos presagios
porque se escurrió la sangre
en mil cañerías
en mil inodoros
en sábanas en colchones
como una marca ajena
como la marca de Diana y su jabalí hereje.

Lilián Cámera

"trama"
del libro Moebius (2008)

imagen: Artemisa y Acteón