La puesta en el Sepulcro ( Varia)
Cuando ya no me quieras.
Cuando ya no me quieras
y no podamos estropear nada
porque nada estará vivo y confiado.
Cuando tú te hayas ido
y yo me haya ido
y los de la música se hayan marchado
y el portón se cierre
(dentro pasan el largo fierro por la argolla
asegurando con la correa el cerrojo,
y soplan los candiles
y las mechas se quedan humeando);
diremos: "Algo se ha perdido.
No mucho. Nunca es mucho. Pero
algo esencial –un culto, un lenguaje,
un rito— está perdido".
Cuando hayamos dejado de ser esto que somos:
pareja expuesta al dardo,
mal avenida pero bien enlazada,
y nos dispersemos en otros círculos
y nos disipemos en otras charlas;
habrá quien diga: "Aquí dos seres carmesíes
se atraparon. Los vimos
balancearse estremecerse oscilar
retornar a la seguridad
y caer".
Para entonces, el zumbido del tractor
volverá a oírse desde el fondo del llano.
Las chorejas del guanacaste caerán
con su golpe seco frente al portal.
Pero esos rumores de la vida
nos llegarán por separado,
y otro será tu sol
y otra luna será mi luna.
Cuando ya no me quieras.
Cuando en la reunión tus ojos
al encontrar los míos ya no digan:
"Aguarda a que termine con esta gente,
pero mi corazón te pertenece".
Cuando en las sucesivas fases de tu errabunda
búsqueda femenina
ames a otro:
y te descalces delante de otro cetro
y te desveles bajo otra antorcha
y triturada por otros trapiches trasiegues
el poder que yo te trasmití;
pensaré agudamente: "Ya se le agotará.
¡Y entonces vendrá a mí y no le daré más!"
Y así siga por el mundo y a través de los días
rumiándote en el hosco destierro,
granitizándome en la frustración y el orgullo
como un mendigo sobre un pedestal.
Remontando el obstruido pasado
como un sucio canal maloliente en el crepúsculo:
"Aquí estuve brutal.
Ahí comenzó el desierto.
En aquel banco trató de herirme.
Tal día…"
Y así te evoque. Así conjure tu sombra
agujerándola de flaquezas y máculas.
Cuando ya no me quieras
y yo ya no te tema.
Cuando contentadizo, trivial, inadecuado
para la soledad y la amargura
yo mismo haya olvidado –cuando
ya no me quieras— que me quisiste;
garras y mantos
de mujeres: Furias como Pietás,
Erinias disfrazadas de monjas
me depositarán
en la obscura y helada tumba que me busqué.
Ars Poética ( Insurrección soliaria )
¿Que eres reacia al Amor, pues su maníade eternidad te ahuyenta, y su insistentevoz como un chirriante ruiseñorte exaspera y quieres solamentebesar lo pasajero en la cambianteeternidad de lo fugaz? -entonces¡soy tu hombre! Pues más hospitalarioque el mío un corazón no halló jamáspara posarse el falso amor. Igualque llegué, parto: solo, y cuando mudode cielo mudo también de corazón. Pero, atiende: no vas a hacer traicióna tu alma infiel. No intentes, si una chispadel hijo del hombre ves en mis ojos,descifrarla, ni trates de inquirir muchoen mi acento y el fondo de mi risa. Donde quiero destierro y silenciono traspases la linde. Allí el buitreblanco del Juicio anida y sólo elceño de la vida privada ¡canta! Retrato de dama con joven donante ( Insurrección Solitaria )
I La Juventud no tiene donde reclinar la cabeza.
Su pecho es como el mar.Como el mar que no duerme de día ni de noche. Lo que está en formacióny no agrupado como la madurez. Como el mar que en la nochecuando la tierra duerme como un troncoda vueltas en su lecho. Solo.Retirado a mi tos.Desde mi lecho que gruñe oigo correr el agua.Toda el agua que se oye pasar de noche bajo los lechos.Bajo los puentes. Las aves del cielo tienen sus nidos. Nidos curiosísimos.Los zorros y las raposas tienen alegres madrigueras donde hacen de todo.La juventud no tiene donde apoyar la cabeza. Y rompe a hablar. A hablar. Toda la tardese la pasó el joven hablando delante de la mujer enorme. Dejándola para mañana se le pasa la vida. Y en la Pinacoteca de Munich, bajo el gran hongo, a la afablesombra de los Viejos Maestros, o en la olla del placer,derramando en el suelo su futurodice a su juventud, a su divinotesoro dícele: -Sólo esperoque pases para servirme de ti. Y aprender a sentarse.Empezar a tener una cara. Lo que hizo Míster Carlyle, el dispéptico.Lo que hicieron Don Pío Baroja y su boina.O Emerson ("...una fisonomía bien acabada esel verdadero y único fin de la Cultura").Y todos los otros Octogenarios,los que no escamotearon su destino:el propio, el que vuelve al hombre rocíny acaba sólo gafas, hocico, terco bigote individual. Los que llegaron hasta el finaly zanjaron el asunto y merecieronun retrato en su viejo sillón rojocalvo ya como ellos y hermoso. Sentados para siempre. Fotogénicos.Idénticos a su celebridad. Fijos los ojoscomo si por encima del vano afanarse de la tribulo logrado miraran. ¡Lo logrado! ¿Lo logrado? ¿Y si fuera otra cara la verdadera y no éstasino la otra, la mal hecha, la que no se parecey es distinta cada vez? La del Hombredel Trapo en la Cabeza, el que se cortóla oreja con una navaja de afeitarpara dársela a la menuda prostituta? Pero él fue solamente un pintor. Unoentre los otros espantapájaros, minúsculosen medio del gran viento que choca contra el cielo,empeñados en añadir un paso más a la larga cadena.Ocupados en cambiar la Naturaleza, como las estaciones.Rehaciendo y contrahaciendo el rostro del mundo. El rostrodel vasto mundo plástico, supermodelado y vacío. II Aludo a,trato de denunciaralgo sin un significado cabal pero obcecado en su evidencia:el árbol con piel de caimán.La esponja con cara de queso de Gruyere,y viceversa.El viejo de la esquina, el que vende cordones para zapatos,peludo de orejas, animal raro,Nabucodonosor amansado.Una lora en su estaca moviéndosepeculiarmente. Mostrándonos su ojoviejo, redondo, lateral.Los moluscos, temblorosa vidaen la canasta que contemplantan serios el niño y la niña.El perro en la cantina, debajo de su mesa favorita,temible a causa de su bozal.Un par de hombres solitarios bañando un caballocon un cepillo grande a la orilla del maren una perdida costa pequeña y abrupta.Los grandes bueyes lentos de fuerza y peso,cargados de su propio poder, y los caballospastando con sus cuellos inclinados igual que las colinas... Todo incomprensible (en apariencia) o idílico, pero inasistido,no azotado por el error, vivo dentro de un ceroen la impotencia de lo sólo evidente. El mundo plástico, supermodelado y vacío. Como un infierno ocioso,abandonado por los demonios,condenado a la paz. III
Pues si esta noche el alma.Si esta noche quisiera el alma hundirseen la infamia o la irahasta el fondo, hasta que el pulgar del piebrille contra la roca en la tiniebladel agua; y desde allíintentara una vez másbracear, cerrar los ojos,hundirse aun más hondo, no podría. La ola de la Tontería, la olatumultuosa de los tontos, la olaatestada y vacía de los tontosrodeádola ha, hala atrapado. Inclinada sobre el idioma, sobreel pastel de ciruelas, lo consumey consúmese ella disertando.Y danza. Pero no al son del adufe,sí del castañeteo de los dientesque agitados por el rencor y el miedoproducen un curioso tintineo. Al son del ¡sún-sún! de la calavera. Y súbito el recuerdo del hogar.De pronto, como una espiga ardiente.Como el sonido de un clarín de niñoen la traición, en las traiciones de lasque sólo el olvido nos defiende:sólo otra traición del corazónnos defiende. Y el pecado futuro,ya en acción, zumbando desde lejos,desde antes sabido, realizado y ceniza. Hoyo, humo y ceniza. Es el desierto.El sol huero, la arena y la pequeñamata de llamas. A lo lejos, la nubeabstracta sobre la colina ocre. Un pájaro atraviesa la tarde de borde a borde. Una hoja seca araña el techo de zinc. Un grifo vierte el tedio. -Pero conocí a una dama. IV Sola en principio y descastadacomo un águila. El águilade Zeus en el exilio, depaso entre nosotros. El ruidode sus garras sobre la mesay el ojo perspicaz. El ojoque sólo ve, sin opiniones. Así el suyo. Como el ojodel ave: sin respuesta, purode voluntad óptica. Ojosduros, pequeños y desiertosdelante de la ilimitadaextensión del yo varonil. Rostro intemporal, zoológico.Lleno de fanatismo, perofrío, sutil, no sometido,como escarabajo o bala. Civilizaciones la han hecho.Muchas estirpes habrán sidonecesarias delante de ellacomo delante de los frutossoles y siglos. Una hilerade siglos como grandes filtrospara que al fin cayera -gotapura- entre las fuentes públicasy los hábitos de su raza. No la driada de los bosquesni oréade, breve de seno,oliendo el aire. No trirremea la luz de las olas. Ni algoque el pueblo de Francia advertía. Ni tocador lleno de dijesfríos, colgantes como lluvia, y revólveres relucientesque enseñáronme tanto sobrela naturales secretadel níquel y el por qué las uñasy lo dentado. Pero síalgo que entró en el cielo excluídode lo suficiente. Si algocon la lógica de lo simple,la forzosidad de lo perfecto,la inteligibilidadde lo necesario. Ilesoeso se mueve en la tercerarueda, nosotros aquí abajoenronquecemos discutiendo. Sin vacilaciones ni sombras.Todo respuesta que el enigmavano de la blancura ocultay suplanta, el pecho ofreceun fondo al rayo de la mano. Tras la aislada frente monótona(donde ensordece el apagadobarullo del mundo invisible)se abre el perla, absorto, cóncavodía solo de una mujer. Es el interior de la concha.La Nada femenina. Allí,
aun sin aletas y sin ojosun caos se defiende, máscerca del huevo que del pez. Mordiente sol, limón de oro,virginidad aceda. Esla mujer, golpeando, matandocon su pico al hombre cálido.Su pico de vidrio. El de hielo. Púdica, insípida y hostilcon la terquedad espantabley pacífica de la luz. La Nada femenina. Sola
ante lo último, lo límpidodonde lo resistente es nácar. Piedra vestida por la sombray desnudada por el sol. Carlos Martínez Rivas Vanesa Aldunate




No hay comentarios:
Publicar un comentario