martes, 29 de septiembre de 2009

Dionisos - Διόνυσος -




1

tiempo fuera de mí
tiempo en que fuera real la máscara
zumbido de mosca
en esa brecha
donde canta un sol muerto
y el río desfallece
porque es aquí
siempre iluminada
la vid en los ojos
que a una y otra orilla devienen
en pequeñas zarzas
Parménides




2

de verdad maestro
he viajado tanto como esa palabra verdad
me acontece en las rodillas
por rituales donde una página
en blanco sosiega fantasmas
estaba dicho que en virtud de bosques
cargarías el morral hasta la entrada y luego
a golpes de orejas sobre cieno algo de tus hombros
mordería apenas el silencio ahora como huérfana desde la A a la Z


3

leve entre la línea de hoy y el ayer
peno por escobas voladoras
el viejo ritual que desherede
la carga del zapato
sobre mi cabeza
ha llegado la tarde
al estanque de Sémele
una dulce oscuridad se ceba en muslos
partido mi dios crepita una agonía luminosa
trae a mis manos secretos de un lugar
donde la muerte esplende
y la vida se oculta en lo callado



4


dame el tiempo de tu tiempo escondido
en alforjas
en los pasos
voy a salir al sol del mediodía
para temblar de frío
viajando bajo la luna cerrada
a cal y canto
por ventanas enmudecidas
por luces fluoradas
para sudar la noche
así es como te ofrendo
la pupila del lobo
sangre batiendo en las colinas
del lenguaje
la grieta entre asesino y presa


5


como un niño a la deriva en impulsos radiales
bajo sandalias tu espejo oculta el toro
sus ingles demudadas en tres pasos
ésta es la fuerza convertida en cenizas
corazón mordido por montañas
Atenea entregará tus restos hurtados a las moscas
de hombre o mujer
nacerá tu nuevo ojo
la sutil pestaña de tu carne
incrustada en nosotros
devenida senda



6

para despertarte Zagreo en ejercicio de tus manos es que voy despierta
cumbres de un nuevo día que se muere en la boca
oculta de mí más que de nadie
en todos presente por ausencia
vacila el vocablo cuando el vino cae
a espalda de abismos su ternura
marca uñas en los árboles
para anidar locura de aguas
caminaré despacio el miedo
©Lilián Cámera


viernes, 4 de septiembre de 2009

Jorge Seferis: obra poética



Memoria I
Y el mar ya no existe.

Yo no tenía más que una flauta de caña en mis manos;
desierta era la noche, en menguante estaba la luna
y la tierra fragante después del aguacero.
Yo murmuraba: la memoria, donde se la toque, duele;
apenas si hay un poco de cielo, el mar ya no existe,
lo que se mata durante el día, por carradas se lo arroja detrás de la colina.

Distraídamente mis dedos jugueteaban con aquella flauta
que me regaló un viejo pastor porque le di las buenas tardes.
Los otros han olvidado ya el saludo;
se despiertan, se afeitan e inician el día de la matanza
así como se poda o como se opera, metódicamente y sin pasión.
El dolor es un cadáver como Patroclo y ya nadie se deja embaucar.

Yo pensé tocar un aria, pero me abochorna el otro mundo,
aquel que me ve más allá de la noche, en el corazón de mi luz,
tramado de cuerpos vivos, de corazones desnudos,
y el amor, que tanto pertenece a las Furias
como al hombre, a la piedra, al agua y a la hierba,
y aun a la bestia que enrostra la muerte asiéndola.

Así avanzaba sobre el sendero oscuro.
Me volví a mi jardín, enterré la flauta de caña
y nuevamente murmuré: un día, al alba,
la resurrección vendrá;
el rocío de esa mañana centelleará como centellean los árboles en la primavera.
Y otra vez será el mar… Y todavía Afrodita surgirá de las olas.
Somos la simiente que perece. Y regresé a mi casa vacía.

(De Diario de a bordo III)

*

Poema XX

Nuevamente en mi pecho vuelve a abrirse la herida
cuando descienden las estrellas y se enmaridan con mi cuerpo,
cuando cae el silencio sobre los pasos de los hombres.
Estas piedras que se desploman en las edades, ¿hasta dónde me arrastrarán?
El mar, el mar, ¿quién lo podrá agotar?
Veo manos haciendo señas al buitre y al halcón cada madrugada.
Ligado a esta roca que se hizo mía por el dolor,
veo también los árboles que respiran el oscuro reposo de los muertos
y las sonrisas, inmutables, de las estatuas.

(De Mitología)

*

Huída

Nuestro amor era esto;
partía, regresaba, nos traía
un párpado entornado, infinitamente lejano,
una sonrisa cuajada, perdida
en la hierba de la mañana;
una caracola extraña que nuestra alma
trataba con fervor de descifrar.

Nuestro amor era esto, marchaba lentamente,
a tientas entre las cosas que nos circundan
a fin de explicar por qué rechazamos la muerte
tan apasionadamente.

Era inútil pretender asirnos a otros talles,
enlazar con pasión otras nucas,
mezclar desesperadamente nuestro hálito
al hálito de otro;
era inútil cerrar los ojos
nuestro amor era esto…
Nada más que el profundo deseo
de hacer un alto en nuestra huída.

(De Cuaderno de Estudio)


(Traducción de Lysandro Z.D. Galtier)