lunes, 11 de agosto de 2008

RESEÑA SOBRE CLAUSURA DE LILIÁN CÁMERA




Todos los caminos parten del cuerpo y nos conducen a él.
El cuerpo es el camino.
Edmond Jabés.



La tensión de Clausura se revela cuando lo originario se dobla sobre sí mismo y genera metamorfosis. Cambios de forma: la poesía hace del lenguaje una materia nueva. Y si toda epifanía es gozosa, un cuerpo “resguardado por tinieblas, que se revela por las noches y aletea cerca de la luz” es un cuerpo que convida su placer. De mujer en mujer, se escurre por los pliegues lo que se esperaba y no es. De oveja a loba, tibio es el desasosiego y helado el temblor. Hay ráfagas de niño de mujer de anciano de ladrón y asesino: todo da cuenta cuando se promete, tras el velo, correr el límite.

¿Hay una mirada? ¿hay decepción en ese lobo que observa y ni siquiera come? Estas preguntas intentan un diálogo posible en Pliegue, y es necesario soltar a la niña, que permanece acurrucada en los rincones del rostro.

La belleza de una hoja caída en un sótano da comienzo a Saga, donde el silencio fulgurante de una humanidad perdida forma parte de vampíricas revelaciones. Allí cobra presencia la Amorosa Señora Alicia, observada a través de los espejos en una mirada de presa fascinada, mirada que la recorre y se ofrece como pertenencia. Se apela a la sensibilidad de Maldoror para resguardar los secretos y sólo resta invocar a Ella, la Primera, liviana como un gemido, para que los temblores se calmen o se sucedan en espasmos breves del alma.

En el Repliegue se trata de no perder y convertirse en negra mariposa. La consigna es redoblar el instante, alinear un mundo y batir las alas para quemarse. Desde las impresiones de la infancia, la vida es una fuga hacia delante y un ruego: “no me pierdas”, y en eco desdoblado: “no te pierdas”.

Y si el cuerpo es dueño de su cabalgadura en Corpus, no pide porque puede pedir. Sabiendo que la arena cristalizó los huesos de la ausente, en el Ayer ella se dejó caer se dejó omitir se dejó vaciar y el Hoy se dibuja por lo que no hay. Y si nada en el jardín permanece porque el sol está quebrado y la noche y los días, ¿habrá que ponerse los zapatos y saltar? Pero trasquilar la piel y mudar a loba puede ser una salida, un refugio en la tormenta.

Con una ceremonia de demonios arribamos a Dies Irae. El anhelo de novicias, la sexualidad desbordando las rodillas hincadas, la cruz enclavando los deseos de una letra viril convierten al poema en un largo jadeo. Hay avaricia de araña, redes primorosas de reina cuya furia es voraz: nada se escabulle, la carne es apresada con la urgencia del saqueo. El tejido resultante es inevitablemente cruel: acumula piernas y desvía brazos.

Bienvenido este libro. Si no se escribiera, rescatando el pulso como prueba de vida, en la cavidad de las muñecas algo podría escurrirse, sólo por no temblar. Una y otra vez su poesía nos interpela: qué lluvia lava esta sangre qué lluvia nos adormece. Pero tras el velo la belleza se presenta como una posibilidad redentora: Clausura engarza su pregunta como una gema, y es señuelo de los dioses.



Liliana Piñeiro.