domingo, 27 de mayo de 2007

NACIMIENTO EN LA SALA 18



Después de años en Europa
Quiero decir París, Saint-Tropez, Cap
St. Pierre, Provence, Florencia, Siena,
Roma, Capri, Ischia, San Sebastián,

Santilla del Mar, Marbella,

Segovia, Ávila, Santiago,

Y tanto

Y tanto

Por no hablar de New York y del West Village con rastros de muchachas estranguladas

- quiero que me estrangule un negro - dijo-

-lo que querés es que te viole - dije (¡oh Sigmund ! con

vos se acabaron los hombres del mercado matrimonial que frecuenté

en las mejores playas de Europa)

y como soy tan inteligente que ya no sirvo para nada,

y como he soñado tanto que ya no soy de este mundo,

aquí estoy, entre las inocentes almas de la sala 18,

persuadiéndome día a día

de que la sala, las almas puras y yo tenemos sentido, tenemos destino,

- una señora originaria del más oscuro barrio de un pueblo que no figura en el mapa dice:

- El dotor me dijo que tengo problemas. Yo no sé. Yo tengo algo aquí

(se toca las tetas) y unas ganas de llorar que mama mía.

Nietzche: "Esta noche tendré una madre o dejaré de ser.

"Strindberg: "El sol, madre, el sol."

P. Éluard: "Hay que pegar a la madre mientras es joven."

Sí, señora, la madre es un animal carnívoro que ama la vegetación

lujuriosa. A la hora que la parió abre las piernas, ignorante del sentido

de su posición destinada a dar a luz, a tierra, a fuego, a aire,

pero luego una quiere volver a entrar en esa maldita concha,

después de haber intentado nacerse sola sacando mi cabeza por mi

útero

(y como no pude, busco morir y entrar en la pestilente guarida de

la oculta ocultadora cuya función es ocultar)

hablo de la concha y hablo de la muerte,

todo es concha, yo he lamido conchas en varios países y sólo sentí

orgullo por mi virtuosismo - la mahtma gandhi del lengüeteo, la Einstein de la mineta,

la Reich del lengüetazo, la Reik del abrirse camino

entre pelos como de rabinos desaseados - oh el goce de la roña !

Ustedes, los mediquitos de la 18 son tiernos y hasta besan al leproso, pero

¿se casarían con el leproso?

Un instante de inmersión en lo bajo y en lo oscuro,

sí, de eso son capaces,

pero luego viene la vocecita que acompaña a los jovencitos como

ustedes:

- Podrías hacer un chiste con todo esto, no ?

Y sí, aquí en el Pirovano

hay almas que NO SABEN

por qué recibieron la visita de las desgracias.

Pretenden explicaciones lógicas los pobres pobrecitos, quieren que

la sala - verdadera pocilga - esté muy limpia, porque la roña les da terror,

y el desorden, y la soledad de los días vacíos habitados por antiguos

fantasmas emigrantes de las maravillosas e ilícitas pasiones de la

infancia.

Oh, he besado tantas pijas para encontrarme de repente en una sala

llena de carne de prisión donde las mujeres vienen y van hablando de la mejoría.

Pero

¿qué cosa curar?

Y ¿por qué empezar a curar?

Es verdad que la psicoterapia en su forma exclusivamente verbal es

casi tan bella como el suicidio.

Se habla.

Se amuebla el escenario vacío del silencio.

O, si hay silencio, éste se vuelve mensaje.

- ¿Por qué está callada? ¿En qué piensa?

No pienso, al menos no ejecuto lo que llaman pensar. Asisto al inagotable

fluir del murmullo. A veces - casi siempre - estoy húmeda. Soy

una perra, a pesar de Hegel. Quisiera un tipo con una pija así y cogerme

a mí y darmela hasta que acabe viendo curanderos (que sin duda

me la chuparán) a fin de que me exorcisen y me procuren una buena

frigidez.

Húmeda.

Concha de corazón de criatura humana,

corazón que es un pequeño bebe inconsolable,

"Como un niño de pecho he acallado mi alma" (Salmo)

Ignoro qué hago en la sala 18 salvo honorarla con mi presencia

prestigiosa (si me quisiera un poquito me ayudarían a anularla)

oh no es que quiera coquetear con la muerte

yo quiero solamente poner fin a esta agonía que se vuelve ridícula a

fuerza de prolongarse,

(Ridículamente te han adornado para este mundo - dice una voz

apiadada de mí)

Y

Que te encuentres con vos misma - dijo.

Y yo le dije:

Para reunirme con el migo de conmigo y ser una sola y misma entidad

con él tengo que matar al migo para que así se muera el con y, de

este modo, anulados los contrarios, la dialéctica suplicante finaliza en

la fusión de los contrarios.

El suicidio determina

un cuchillo sin hoja

al que le falta el mango.

Entonces: adiós sujeto y objeto,

todo se unifica como en otros tiempos, en el jardín de los cuentos

para niños lleno de arroyuelos de frescas aguas prenatales,

ese jardín es el centro del mundo, es el lugar de la cita, es el espacio

vuelto tiempo y el tiempo vuelto lugar, es el alto momento de la fusión

y del encuentro,

fuera del espacio profano en donde el Bien es sinónimo de evolución de sociedades de consumo,

y lejos de los enmierdantes simulacros de medir el tiempo mediante

relojes, calendarios y demás objetos hostiles,

lejos de las ciudades en las que se compra y vende (oh, en ese jardín

para la niña que fui, la pálida alucinada de los suburbios malsanos

por los que erraba del brazo de las sombras: niña, mi querida niña que

no has tenido madre (ni padre, es obvio)

De modo que arrastre mi culo hasta la sala 18,

en la que finjo creer que mi enfermedad de lejanía, de separación

de absoluta NO-ALIANZA con Ellos

-Ellos son todos y yo soy yo -

finjo, pues, que logro mejorar, finjo creer a estos muchachos de

buena voluntad (oh, los buenos sentimientos !) me podrán ayudar,

pero a veces - a menudo - los recontraputeo desde mis sombras interiores

que estos mediquillitos jamás sabrán conocer (la profundidad,

cuanto más profunda, más indecible) y los puteo porque evoco a mi

amado viejo, el Dr. Pichon R., tan hijo de puta como nunca lo será ninguno

de los mediquitos (tan buenos, hélas!) de esta sala,

pero mi viejo se me muere y éstos hablan y , lo peor, éstos tienen

cuerpos nuevos, sanos (maldita palabra) y en tanto mi viejo agoniza en la

miseria por no haber sabido ser un mierda práctico, por haber afrontado

el terrible misterio que es la destrucción de un alma, por haber

hurgado en lo oculto como un pirata - no poco funesto pues las monedas

de oro del inconsciente llevaban carne de ahorcado, y en un recinto

lleno de espejos rotos y sal volcada -

viejo remaldito, especie de aborto pestífero de fantasmas sifílicos,

como te adoro en tu tortuosidad solamente parecida a la mía,

y cabe decir que siempre desconfié de tu genio (no sos genial; sos

un saqueador y un plagiario) y a la vez te confié,

oh, es a vos que mi tesoro fue confiado,

te quiero tanto que mataría a todos estos médicos adolescentes para

darte de beber de su sangre y que vos vivas un minutos, un siglo más,

(vos, yo, a quienes la vida no nos merece)


Sala 18

cuando pienso en laborterapia me arrancaría los ojos en una casa en

ruinas y me los comería pensando en mis años de escritura continua,

15 o 20 horas escribiendo sin cesar, aguzada por el demonio de las

analogías, tratando de configurar mi atroz materia verbal errante,

porque - oh viejo hermoso Sigmund Freud - la ciencia psicoanaítica

se olvidó la llave en algún lado:

abrir se abre

pero ¿cómo cerrar la herida?


El alma sufre sin tregua, sin piedad, y los malos medicos no restañan

la herida que supura.

El hombre esta herido por una desgarradura que tal vez, o seguramente,

le ha causado la vida que nos dan.

"Cambiar la vida" (Marx)

"Cambiar el hombre" (Rimbaud)

Freud:"La pequeña A. esta embellecida por la desobediencia". (Cartas...)


Freud: poeta trágico. Demasiado enamorado de la poesía clásica.

Sin suda, muchas claves las extrajo de "los filósofos de la naturaleza",

de "los románticos alemanes" y, sobre todo, de mi amadísimo Lichtenberg,

el genial físico y matemático que escribía en su diario cosas

como:

"Él le había puesto nombre a sus dos pantuflas"

Algo solo estaba, no ? ;)

(Oh, Lichtenberg, pequeño jorobado, yo te hubiera amado!)

Y a Kierkegaard

Y a Dostoyevski

Y sobre todo a Kafka

a quien le pasó lo mismo que a mí,

si bien él era pudico y casto"¿Qué

hice del don del sexo?" - y yo soy una pajera como no existe otra;

pero le pasó (a Kafka) lo que a mí:

se separó

fue demasiado lejos en la soledad

y supo - tuvo que saber -

que de allí no se vuelve


se alejó - me alejé -

no por desprecio (claro es que nuestro orgullo es infernal)

sino porque una es extranjera

una es de otra parte,

ellos se casan,

procrean,

veranean,

tienen horarios,

no se asustan por la tenebrosa

ambigüedad del lenguaje

(No es lo mismo decir Buenas noches que decir Buenas noches)

El lenguaje

- yo no puedo más,

alma mía, pequeña inexistente,

decidíte;

te las picás o te quedás,

pero no me toques así,

con pavura, con confusión,

o te vas o te las picás,

yo, por mi parte, no puedo más.


Alejandra Pizarnik (1971)



AP escribió este poema durante su estadía en el Hospital Pirovano. El texto, tal como se lo reproduce, está mecanografiado y lleva correcciones hechas a mano por la autora. No se había incluido en la edición de 1982 de sus textos póstumos.

domingo, 20 de mayo de 2007

EL VERDADERO MOMENTO DEL SILENCIO





Agradezco si la lengua me abandona y surge el silencio.


Es que no hay palabras para expresar el verdadero silencio.
Decir silencio es decir algo que no se compara simplemente con lo inaudible, es mucho más que eso.
Decir silencio no expresa la soledad que lo acompaña, ni la dulzura en la que se recuesta, ni lo placido que resulta algunas veces, ni el dolor que conlleva cuando atormenta, ni la desprotección en la que te sumerge, ni el dominio que ejerce, ni la confrontación entre el silencio del cuerpo y del pensamiento.
Decir silencio no es decir Todo sino decir Nada que comprometa.
Decir silencio es enmascarar el verdadero momento del privilegio, lo sublime ante un papel, un paisaje, un cuerpo, un deseo.


El verdadero Silencio es Supremacía.


Decir silencio es callar el habla, es estrangular la autentica expresión del momento.
Silencio es pedir un permiso que debiera ser un derecho adquirido.
Decir silencio es decir ahogo.
Solo silencio no expresa, no ahuyenta, no rompe, no subleva como el verdadero instante.


El silencio se oye con el alma, se entiende en el cuerpo mediante una mirada intima hacia el eterno cosmos del espíritu.
Cada palabra se desarma y desarticula para conformar en el silencio un momento único donde pueden surgir palabras que “parecen” no tener sentido pero que expresan la emoción, la profundidad, la inmensidad adentrada que la lengua no puede entender ni expresar a través de la palabra conformada.


El silencio escapa a todo tiempo, a toda ley, escapa a todo lo definido y a la posibilidad de tal.
Cada palabra es seguida por un silencio minúsculo que se impone luego de pronunciar otra, esto lo conecta con el habla, esto resuena destacando que en cualquier discurso seguramente hay mas silencios que palabras, entonces ¿Cuánto mas hablamos al callar y sentir, al intentar entender, al tomar aire? Lo mismo pasa en forma visual, cada palabra es precedida y seguida de un espacio, un vacío que no se transforma en otra cosa que en un mínimo silencio.


La soledad como silencio exalta el espíritu, desarrollando así un pensamiento libre en una sinuosidad única seguida por el alma, con una sincronía mental que desarregla la lengua existente.
Redobla las apuestas al pensamiento desprotegido donde surgen los desordenes de mejor alcance, en una lengua propia que se enaltece al escribirse.


Vivimos en estado de silencio colapsado.


La palabra es un instrumento invalorable pero no único.
La expresión surge a través del idioma interno exclusivo.


“Agradezco y reverencio si la lengua me abandona y surge el Silencio”



Vanesa Aldunate

sábado, 5 de mayo de 2007

EL MOTIVO


EL MOTIVO

Hace rato que ella bordea la cornisa. Camina, la cabeza gacha, arrastrando los pies, hacia su trabajo, que odia. Tiene la indefinición de los cuarenta y tantos marcándole la columna: no es linda, ni fea, no es alta, ni baja, un rostro pálido que frunce el ceño, rodando por las calles atestadas de Once.
Trabaja en una importadora de productos “made in Taiwan” esos que se venden a todo por dos pesos. A pesar de tener título universitario, se dedica durante nueve horas de Lunes a Viernes, a imputar en la PC boletas de movimiento de la mercadería. Una tarea por la que recibe un sueldo con el que apenas sobrevive. Encerrada en un cubil de dos por dos, lleno de cajas amontonadas, donde apenas tiene lugar para apoyar la cartera y el abrigo.
Pero ella lo prefiere así. Saluda parca a sus compañeros de infortunio, con el primer café que parece petróleo ya está la pila de comprobantes esperándola. Es todo lo que ha podido conseguir, una pantalla en fondo negro. titilando con letras verdes y minúsculos casilleros que completa con la velocidad de la experiencia.
A su Jefe le agrada esa mujer callada que entra como un fantasma y apoya el traste para no volver a levantarlo hasta la hora del almuerzo. Breve intervalo en que come un yogur, mirando distraída por la vidriera del bar. Le gusta observar el paso de la gente, su cabeza es una calculadora descompuesta que da cifras imposibles, se tilda en “error”, pero no siempre fue así.
Vive en un departamento no mucho mas grande que el cuartucho de la oficina. Tiene la mesa de luz repleta de remedios: un cóctel de antidepresivos y sedantes. Se los fueron dando, cuando dejó de dormir. La habían echado de su trabajo de años, al cerrar la empresa. El médico diagnosticó: ansiedad. Los diarios publicaron: trepa el desempleo al 20%.
Fue duro patear por las agencias, sintiéndose como el regreso de los muertos vivos, una especie de material radiactivo decantado, del que todos huyen. Después murió su madre, último eslabón con la palabra familia. Se siente perdida los Domingos, sin hacer el largo viaje para verla en el geriátrico. Por alguna razón no se acuerda de su cara, sino de las palomas que alimentaban las dos con los restos de la merienda. La quiso a su modo, incapaz de decírselo. El médico concluyó: depresión.
Luego empezaron a aparecer figuras fantasmales que la señalaban con el dedo, acusadoras, plantadas en el umbral entre vigilia y sueño. El médico anotó: alucinaciones. Por cada uno de los episodios se fue agregando una pastilla nueva. Ahora duerme mas de la cuenta, al despertar por la mañana, escurre de un baño de plomo en los pies. No tiene mas sueños. No se inquieta por los titulares de los diarios. Ni por los mediocres programas de televisión.
Ella tiene un amante de años. Un hombre que la visita de vez en cuando. Le prepara café que sirve con budín de chocolate, comprado especialmente para él (a ella no le gusta el chocolate). Desde hace un tiempo su cuerpo es un murallón infranqueable. Por mas que el hombre la escarba, la chupa y la amasa, no siente nada. No siempre fue así.
Hubo un tiempo en que le gustaba, le gustaban las manos fuertes del hombre que la sacudían y su propio cuerpo sudoroso. Eran instantes donde perdía su habitual palidez, encendida como una estufa de cuarzo. Lo que queda, es la dureza de la carne que se resiste a cualquier intento de amor y la mirada vacía que contempla el techo, preguntando cuando termina todo.
A medida que se pierde en los laberintos del vacío emocional, el hombre más insiste en montarla. Pensando tal vez, que el frenesí del sexo sea un exorcismo para liberarla del hielo. Ella no entiende esa actitud, pero no se opone, piensa que no es un mal tipo, es lo que hay. Alguien que se desliza con la aceitada maquinaria de la costumbre, alguien al que no es necesario hablar demasiado, un ser con el que puede hacer durar los silencios.
Pese al embotamiento afectivo, encuentra instantes en que la puerta se abre con sigilo y ella observa el panorama, casi idéntica a la mujer que sentía. Quizás el perfil del hombre dormido, un chico que se la queda mirando en la calle, un perro flaco husmeando en la basura, o un viejo pidiendo por las mesas de un bar, los ojos enloquecidos, bastan para que las lágrimas se deslicen quietas. Son pequeños lapsos, espaciándose a medida que el frío hace estragos en su corazón y el cuerpo gana peso.
Por las tardes, se sienta largo rato al volver de la oficina con la televisión prendida, sin ver nada. Permanece en tal estado de calma que se pregunta si la vida no será una ilusión de magos de circo y ella hace rato que está muerta. Lee los prospectos de la medicación y se percata que los médicos juegan con fuego, pero jamás pregunta ni se resiste a las indicaciones. Los días se entrelazan uno tras otro, formando un cordón ajustado que la ciñe sin permitir movimiento alguno.
Un día el hombre se queda a dormir y ella despierta en medio de la noche, extrañada por el peso de otro cuerpo en su cama. La mente se le ha despistado y
aunque intente volver al carril, una sensación de futilidad le produce cansancio infinito. Se deja llevar y va hasta la cocina donde abre las llaves del gas. Todas las ventanas están cerradas. Hace frío y el vapor se forma cuando sopla sobre el vidrio, un modo pueril de comprobar que aún respira. Se acuesta pero no toca al hombre, permanece quieta boca arriba unos minutos. Después se da vuelta para prender el velador y mira todos los remedios, ensimismada.
Se oye un clic pero no es el velador que se apaga, mas bien algo que se enciende en ella, quizás el último chispazo que le devuelva la magia del circo. Un temblor y se levanta. Se viste en puntas de pie, sin hacer ruido. Toma de su escondite los pocos pesos que le quedan. En una bolsa mete todas las pastillas y las deja en el cesto de basura. Se toma un minuto más para mirar desde la puerta del dormitorio, la figura del hombre, que ronca combinando soplidos. Muy despacio, abre la puerta del departamento y sale. Ni un sonido se escucha al cerrarla. Se abotona la campera gastada y con las manos en los bolsillos camina hacia el ascensor y luego se pierde en la noche.

Lilián Cámera

martes, 1 de mayo de 2007

OTRO ANÓNIMO DE LA MANO DE CELIBÉ ...



Mística trasnochada, deja pedacitos de papel y un vago olor a incienso. Entre rezos y altares se hace tiempo para recomendar a sus vecinos lo que les conviene.... Guardaos de su misericordia!

(Ver Pérfil)


Vanesa Aldunate

VARIACIONES KAFKIANAS


VARIACIÓN KAFKIANA





Buenos Aires, un día de Invierno del Siglo XXI


Mi estimada Señorita Gregoria:
Ud. me conoce, nos hemos cruzado a veces en los ascensores. Yo la recuerdo perfectamente porque Ud. me ha provocado una especial simpatía. Y es en virtud de este sentimiento que me atrevo a escribirle.
En principio, debo decirle que su nombre me provoca una vaga inquietud. Creo haberlo escuchado antes, posiblemente asociado a alguna experiencia de transformación...Pero como mi memoria es más bien escasa, he decidido no dedicarle a esta impresión más tiempo que el necesario.
Soy una persona franca. En los tiempos que corren, la sinceridad puede considerarse una virtud, aunque llevada a sus extremos algunos la ven como un defecto. En mi caso, va acompañada por un impulso piadoso, producto quizá de una educación religiosa ya lejana (no soy muy joven, como podrá apreciar) .
Debo confesarle que le he escrito algunas pequeñas misivas anteriormente, con el objeto de advertirle...Su tono ha sido más bien poético, tomando en cuenta a Rilke, para quien la belleza nos permitiría soportar cierto grado de lo terrible...Parafraseando a una de nuestras mejores poetas místicas, podríamos decir que la poesía sería el andamio de la Verdad.
Pero no quiero aburrirla con mis disquisiciones. El motivo de esta carta es decirle, directa y francamente, que Ud. está mutando. Es un fenómeno que he observado varias veces en mi vida, y ésta parece ser una más.
Tomé la decisión de decírselo porque, como ha sucedido en otras ocasiones, los mutantes son incapaces de ver los cambios que se van produciendo en su propio cuerpo, mientras que sus allegados disimulan frecuentemente sus impresiones, con el objeto de no provocarles pánico o fastidio, ambas reacciones totalmente justificadas en este tipo de casos. (Seguramente conoce Ud. aquella fábula del Rey desnudo al que los súbditos alababan sus vestidos...).
A continuación, paso a detallarle los signos que he registrado hasta el momento, como claros indicadores de su mutación.
Cierta mañana de mayo, he advertido algo que otros calificarían (eufemísticamente, claro) de “ojos hinchados”, propios del despertar reciente. Sin embargo, yo advierto que sus globos oculares pugnan por avanzar sobre la cara, elevándose interiormente, y produciendo un efecto de promontorio debajo del párpado inferior. Es obvio que su crecimiento va avanzando bajo la piel.
Asimismo, hace aproximadamente unos quince días, ha cambiado Ud. su peinado. Posiblemente tenga un peluquero piadoso, decidido a disimular tras un nuevo look esa especie de antenas con las que Ud. se orienta en la calle tan bien, últimamente. Le puedo asegurar que ha hecho milagros: su cabello luce prolijo como siempre. Nada se eleva sobre él, afeando su contorno...
Más o menos desde esa fecha, he notado el uso frecuente que Ud. hace de ciertos abrigos largos (algunos llegan incluso más allá de la rodilla) que la gente suele llamar “tapados”. Sería demasiado fácil pensar que esto se debe a las bajas temperaturas. Pero a mí no me engaña: Ud.“tapa”con ellos la caparazón algo rígida que va cubriendo su cuerpo. Al bajar del ascensor, cierto crujido debajo del mismo, la delató.
Sé también, por experiencia, la utilidad de dicha prenda para ocultar las alas incipientes...Y su caso, seguramente, no es la excepción. ¿Por qué habría Ud. de darle otro uso sino éste?
Cabe señalar aquí que sus movimientos también fueron objeto de mi atención. Camina Ud. ligeramente más rápido que lo habitual...Ayer mismo, al salir del edificio, casi se lleva por delante al encargado, quien disimuló su terror al ver una cara cada vez más alejada de lo humano...
¿Tan apurada estaba? No, en absoluto. Estoy plenamente convencida de que esa brusquedad para deslizarse es propio de ciertas patas...Sobre todo cuando los ejemplares son jóvenes y carecen de entrenamiento.
Y, finalmente, como una prueba irrefutable de su cambio, está la reacción de Washington. ¿No ha notado Ud. que la huele con extrañeza y que su ladrido, al verla aparecer, es diferente a otros ladridos?. Los animales suelen ser particularmente sensibles a las mutaciones, y generalmente reaccionan con desesperación. Así es que Washington se agita y ladra descontroladamente. Yo he intentado calmarlo con la potencia de mis gritos y un golpe (no demasiado cariñoso, debo admitirlo) sobre su hocico, tras lo cual W emite una especie de quejido, confuso y melancólico.
Hasta aquí mi registro, el cual, por supuesto, no pretende ser exhaustivo. Lamentaría mucho que Ud. desechase esta carta sin prestarle la suficiente atención. Lejos de mí está el provocarle algún temor...Yo cumplo con mi deber de buena vecina, es decir, ser absolutamente sincera para con una compañera de condominio que está experimentando tal cambio en su naturaleza.
La vida me ha enseñado que es un signo de madurez asumir nuestra identidad. Ud. sabe: las mínimas diferencias en la cadena evolutiva suelen dar como resultado grandes transformaciones, las cuales se manifiestan a lo largo de varias centurias (algunos llaman a este fenómeno “efecto mariposa”, pero yo preferiría esperar la denominación científica adecuada). Debo decirle que he hablado con varios profesionales sobre este tema y, aunque ellos discrepan ligeramente con algunas conclusiones a las que arribo (tengo entendido que contradecir a los pacientes forma parte del tratamiento) estimo que, secretamente, me admiran... Hay que tener una mente abierta para poder captar estas sutilezas.
Seguiré observándola (disimuladamente, claro, para no incomodarla), y puede Ud. estar segura de que todo indicio que descubra lo registraré con minuciosidad (como es mi costumbre) para luego comunicárselo a la mayor brevedad posible. Estaré así cumpliendo con una misión sagrada: develar el misterio de las mutaciones que, año tras año, se producen a nuestro alrededor, dando origen a nuevas especies en los siglos venideros.

Siempre suya

Una Vecina fiel a la Verdad.



Liliana Piñeiro